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James Rodríguez tuvo un buen partido con Everton. Como si eso aliviara en algo el duro golpe que encajó el equipo al caer en casa 0-1 contra Leeds, que más allá de ser un rival serio y letal al contragolpe, sigue siendo el recién ascendido.
El colombiano fue titular y esta vez, a diferencia del juego contra Fulham, lució mucho más inquieto, con mucha libertad como decía Ancelotti en la previa y muy cómodo en su tarea favorita: la creación.
Esta vez aguantó golpes (le pegaron como quisieron los caballeros del Leeds) y corrió y luchó hasta el pitazo, tristemente sin pago.
En el primer tiempo proponía sus asociaciones con Richarlison, extrañaba a Digne pero intentaba con Iwobi, pero se encontraba poco con Calvert Lewin.
Y a los 23 parecía que se cortaba el ayuno goleador cuando en el tremendo pase de Richarlison que fue a buscar hasta la raya para definir impecable al palo del arquero... solo que estaba en fuera de lugar, milimétrico pero sí, y lo pilló el VAR.
A los 26 tuvo un gran tiro libre pero en el cabezazo de Keane por una tremenda patada, a los 37 otra vez otra falta que protestó con rabia, y al final, a la revisión médica que ignoró el árbitro del juego.
En el segundo tiempo se esforzaba de nuevo en vano, juntándose con Calvert-Lewin en sendos pases largos que tristemente no llegaron a buen puerto.
A los 51 debió capitalizar el error del arquero en el saque, pero hizo lo que debía: englobó la pelota pero el a tiempo corrigió el hombre del Leeds su falta.
Luchaba, se estrellaba, sufría James y con él se ahogaba el Everton. Y el tiempo no ayudaba y él metía el cuerpo a los 86 para recuperar una pelota en el área rival que ningún compañero aprovechaba y a los 87 se enredaba solo y así, contra corriente, hasta el pitazo.
Una pena que cuando mejoró el colombiano no pudo evitar la derrota. Habrá quien le critica en Inglaterra su regreso a posiciones de marca, pero como dijo Ancelotti, no llegó a Everton para eso. Ahora, a remar, a corregir, a trabajar más. La sensación es buena aunque el resultado no lo confirme.