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No sé exactamente en qué momento terminé arrodillado sobre la silla mientras el cable que me conectaba con mi narrador y con el continente se tensaba un poco. El corazón en la garganta y la responsabilidad de contestar al cambio del relator con la explicación de un gol que es un poco más que eso. Se agota la arena en el reloj y el equipo chico del que me enamoré hace muchos años está ganando un partido de Copa Libertadores en Brasil por primera vez en su historia con uno de esos goles agónicos que sacuden al más tibio de los tibios.
Mi mente viajó a aquella habitación de infancia en la que crecieron -casi a la par como polluelos gemelos- el amor por unos colores que representan la tradición de un pueblo, mis costumbres, mi familia, mis amigos; y el sueño hirviente de algún día estar en una silla de estas comentando un partido de fútbol internacional para el canal deportivo más importante del mundo.
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Recordé también una conversación que tuve hace un par de años, en plena pandemia, con un amigo de la profesión y la vida sobre la conveniencia o no de reconocerse hincha de un equipo en nuestro país y los motivos que llevan a una persona a negar o asumir lo que hay en su corazón. Aquella tarde, en medio del desparche propio de los primeros días de confinamiento, dividimos nuestro grupo de estudio en cuatro especies:
Especie A: Simón Pedro. Niegan, hasta tres veces, cualquier tipo de vínculo con un club. Localmente hablando, su corazón está en OFF, según ellos. Gambetean el tema diciendo que, incluso en la soledad de su habitación, solo gritan un gol de la Selección Colombia o de un equipo del extranjero.
Especie B: El Chavo. Dicen ser hinchas de un equipo que no despierte (tanto) rechazo en los seguidores de los clubes rivales. Mejor si es un club que casi no tiene hinchas o historia. Todos sabemos que es un adulto disfrazado de niño. ¿Pero quién atacaría al Chavo?
Especie C: El Guasón. Aquellos a quienes no les interesa ocultarlo ni tampoco asumir un compromiso con nada. Solo vale su camiseta, su código. Poco importan para ellos las consecuencias de sus palabras y el fuego que pueden desatar con una declaración. Es la especie más peligrosa.
Especie D: Desmaquillado. Reconocen un vínculo con el equipo de sus amores. Lo hacen también en señal de respeto con la audiencia entendiendo que se crea un punto de partida en un entorno de honestidad. Asumen un compromiso mayor con la verdad y aunque la objetividad total no existe, toman la misma postura crítica ante todos los equipos. Incluyendo el suyo, sobre todo el suyo. Aquí quiero estar.
Los polluelos se hicieron gallos. El anhelo profesional se materializó y el sentimiento por aquel escudo nunca despareció. Arrodillado en esa silla lancé uno de los comentarios que más he disfrutado en toda mi vida: por lo que pasaba en cancha y por cómo respondí. El sueño que se cumple es doble: como los gemelos, como los gallos y los polluelos.