El honor de ser segundo
Momento para recordar la emotiva historia de Holanda y de Rob Rensenbrink.
Columnista Futbolred Foto: A. particular
Por:
Por Nicolás Samper C
28 de enero 2020, 12:49 p. m.
Pateó el penal y lo envió abajo, pegada al ángulo. Y cuando la pelota iba cruzando la línea y la mano del portero Alan Rough se hacía estéril a pesar de la cercanía con el balón, la historia de los mundiales le daba entrada a sus récords a un puntero derecho de magníficos rendimientos: Rob Rensenbrink, el que pateó aquella pena máxima frente a Escocia, se aseguraba su presencia en la eternidad al marcar el gol 1000 de los mundiales.
Rensenbrink hizo parte activa de aquel proceso holandés que en términos de espíritu empezó a gestarse con las buenas performances del Ajax de comienzo de la década del setenta que sorprendió al mundo por sus virtudes tácticas, su sentido colaborativo en todos los terrenos sin que con ello las individualidades fueran puestas bajo la sombra y porque levantó de manera consecutiva tres Copas de Europa entre el 70 y el 73.
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Él se fue a Bélgica y allá casi que disputó toda su carrera y más allá de esa distancia, su unión con la selección le llevó todo ese aprendizaje táctico creado entre Kovacs y Michels para no ser un transplante incapaz de acoplarse a un estilo de juego capaz de cambiar paradigmas.
Rensenbrink integró y fue parte activa de un cambio en el fútbol y a pesar de no criarse bajo el sello Ajax, parecía uno de ellos y sin perder su virtud, que era marcar goles con frecuencia inusitada.
Tal vez fueron tiempos más tranquilos los que les tocó vivir a Rensenbrink y sus muchachos. La gloria en esos años era algo un poco más altruista porque no solamente se basaba en ese asunto de levantar trofeos, que como es lógico, termina siendo uno de los objetivos. En la actualidad parece que es el único. No había sacrificios morales por ser segundos. Holanda resultó inolvidable porque plasmó una manera de jugar que no existía hasta entonces y Holanda forjó una idea futbolística que fue determinante para los años posteriores, tanto que -con modificaciones- aún del habla del sello de los naranja y de su ideólogo en el campo, Johan Cruyff, como semilla que dejó ver sus frutos en Barcelona, por ejemplo.
Nunca Rensenbrink ni sus compañeros ganaron un campeonato del mundo con su selección pero cambiaron el mundo y sus campeonatos. Rensenbrink se fue feliz con el reloj que le dieron por su gol 1000. ¿Para qué más?