Opinión

El buen suplente

Columna de Nicolás Samper sobre los mejores suplentes que ha visto en el fútbol.

Columnista Futbolred Foto: A. particular


04 de enero 2024, 07:12 a. m.
Pueden ser al mismo tiempo tan entrañables como insoportables, como ese tío que, por obra y gracia del destino, le cayó una mala racha que lo hizo desempacar sus maletas en nuestra casa para pernoctar y convivir a nuestro lado durante un par de temporadas.

Son algo así porque, más allá de la incomodidad que significa abrir un pequeño campo para que ellos no queden expuestos a la realidad de pasar una noche en el asfalto, empiezan a generar en cada uno de los integrantes de la familia una especie de inexplicable cariño que termina siendo evocación risueña cuando el tío logró levantar cabeza y empaca sus corotos para recuperar el tiempo perdido después de esa obligada para en pits a nuestro lado.
También están en capacidad de robarnos altas dosis de paciencia por un hecho que, a otros integrantes de la familia, se les perdonaría sin posibilidad de parpadear. Un pecado venial de la madre o del padre, es un pecado mortal del tío invasor.

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Lo mismo pasa en el fútbol con aquellos suplentes que están diseñados para escampar un par de campañas en el techo del banco y de uniformarse aturdidamente a pesar de que, de repente, el entrenador decida no ponerlos en juego ni siquiera un minuto.
Es que a las figuras del club se les conceden licencias: la prensa aparece con el rumor de que el 9 que alumbra con su luz los momentos más oscuros del equipo, se le vio de parranda en la madrugada, conduciendo sin ver las señales de velocidad y agarrando con la misma convicción el volante de su coupé y las caderas de sus dos acompañantes.
Y el domingo, día en el que el DT lanza sobre el verde toda la receta que preparó en la semana, su díscola estrella va de titular, a pesar de que los ojos de resaca del crack se pueden ver desde cualquier lugar en las tribunas.
El hincha se indigna con él pero les cuesta olvidar que por su talento el club consiguió dos campeonatos consecutivos, entonces para él sigue vigente el aplauso, aunque menos eufórico y más medido. Y el 9, en el minuto 90 -porque se resiste a ser reemplazado al 76´- que no se le vio hasta ese instante en cancha, tira un par de gambetas y con el único cuadro de stamina que le queda, empalma un zurdazo bajo que se come la red. ¡Ya no importa que el tipo salga de noche o que llegue tarde al entrenamiento! ¡A él se le perdona todo!
Vuelven entonces los aplausos cerrados y la ovación histérica sobre ese tipo que está a una altura futbolística y -qué paradoja- moral inalcanzable. El fanático exultante sugiere que en el entrenamiento semanal sean incluidas algunas jornadas de juerga para él, porque así rinde mejor.
En cambio el buen suplente… lo llevaron de emergencia en el mercado de fichajes para ser el plan B del 9 estelar y el hombre apenas puede ver minutos en cancha. Ese buen suplente supo alguna vez probar la dicha que es ser la figura de su equipo, cuando jugaba en aquel modesto club del interior en el que podía hacer lo que le venía en gana y por eso fue que una institución grande del país se fijó en él, pero no como plan A. Y con la promesa de algunos minutos el hombre decide tomar ese camino de cola de león que podría cambiar su trayectoria.
El buen suplente también tiene sus hazañas, menos ostentosas que las del titular, pero que le permiten seguir adelante: el gol de visitante que dio un empate agónico o ese grito de gol que vale tres puntos cuando, de atropellada y sobre la raya, empujó con su guayo el balón que era imposible mandar afuera, sin arquero y a un metro de la línea de sentencia.
Pero a la hora del pecado, el suplente carga el duro piano de la inactividad encima: esa misma pelota que mandó a gol, en otro juego pudo sacarla del estadio o reventar el poste a la misma distancia en la que consiguió el tanto de semanas atrás.
O esa celebración a lo Pippo Inzaghi o Marco Tardelli el día que pudo anotar a pesar de que su equipo iba perdiendo 3-0. Ese gol no sirve para nada, dice el hincha ¿Por qué tanta algarabía? Porque es un gol con el que su ánimo decide no firmar la rendición ante el rol que la vida le otorgó.
Esta columna la pensé cuando vi que Choupo-Moting, delantero camerunés, estaría en el radar del Manchester United. Choupo-Moting, el mismo que en el Mainz era figura y que la vida lo transformó en llanta de repuesto en el PSG y Bayern. Y de ahí también vinieron otros recuerdos, como el del guajiro Víctor Medina, la tarde de domingo del 96 que pudo anotar ante Junior en un triunfo difícil de Millonarios.
O el golazo extraordinario del “Mínimo” González una tarde de domingo ante el Quindío con un zapatazo de 35 metros al ángulo que significó triunfo para el Millos de Peluffo o el extraño caso de Ricardo "Caballo" Márquez; y pienso en aquel calentamiento en Bogotá de un jugador argentino que acababa de llegar, procedente de Vélez Sarsfield (o Deportivo Armenio, ya no me acuerdo) al Quindío a finales de los años 80: Maximiliano Cincunegui.
Empezó a hacer piques cortos y veloces en la pista de tartán del Estadio El Campín y el técnico no se decidía a incluirlo. Cincunegui, tras 20 minutos, continuaba sacándole fuego al piso con esos piques cortos para calentar rápido una noche helada de miércoles.
Entonces Óscar Restrepo Pérez, en su transmisión radial, le preguntó al inolvidable Jaime Ortiz Alvear sobre el fervor del delantero. Ortiz Alvear lanzó una frase inolvidable y descriptiva como pocas en eso de ser buen suplente: “Si como calienta, juega, es un crack”.
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