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Los penales hundieron el sueño de la Gran Colombia
Por Jorge Barraza.
Columnista FutbolredFoto: Archivo particular
Por:
Jorge Barraza
04 de julio 2018, 04:57 p. m.
El Mundial comienza a desinflarse. Ya están fuera 24 de los 32 equipos y con ellos se fueron, se siguen yendo periodistas, aficionados, dirigentes, familiares de los jugadores, allegados… Se nota en las limpísimas calles moscovitas (que por la noche son lavadas con camiones hidrantes, aunque estén impecables). Igual, otra multitud acompañó el último duelo de octavos: Colombia-Inglaterra en el Spartak. Allí estuvimos. Hubo, mínimo, diez colombianos por cada hincha inglés. Así es cada vez que juega un sudamericano. Nuestras hinchadas no deberían pasar inadvertidas por la FIFA. Son por mucho las más numerosas, también las que más calor, color y dinero aportan a los Mundiales.
Una joya arquitectónica este estadio del Spartak con 50.000 butacas. Es un teatro. Las dos pantallas gigantes ubicadas detrás de los arcos, como colgadas de la estructura del techo, son las más grandes y de mejor resolución que hayamos visto. La iluminación es seguramente lo más diáfano que debe haber en materia de estadios. Es igual de noche que a las cuatro de la tarde. Doscientos diez focos potentísimos apuntan al campo de juego.
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Afortunados nos sentimos de haber estado presentes en el Spartak, de haber formado parte de los 44.190 asistentes que indicó el cartel electrónico. Presenciamos uno de los encuentros de más alta tensión de esta Copa del Mundo. Y de varias. Colombia e Inglaterra nos regalaron un duelo de titanes, una fiesta brava, un choque de fierezas donde nadie dio ni pidió tregua. Todos gallos de pelea. Fueron gladiadores antes que futbolistas. Faltó el juego bonito, artístico, de calidad, pero sobró virilidad, entrega, piernas y corazones templados. Porque en ocasiones los temperamentos se encrespan y le dan otro rumbo. Pero la belleza tiene rostros diversos, y uno de ellos es el fragor de la batalla. Los puristas que digan que no fue un buen partido tienen poca idea de este juego. Algunas veces se juega con el pincel, otras con la lanza. Fue 1 a 1 en los 130 minutos (hubo diez de adición entre los cuatro tiempos). Luego, la definición por penales favoreció a la Rubia Albión, que jugará la llave de cuartos de final ante Suecia.
Es triste perder por penales cuando se estuvo tan cerca, cuando se remó tanto, cuando se dejó hasta la última gota de aliento y fe sobre el césped. El penal es la única definición posible que existe, la más lógica. Como la democracia, puede ser imperfecta, pero es la mejor. Y los penales condenaron a Colombia, fallaron Uribe y Bacca. Antes, Ospina había parado el de Henderson en una atajada memorable. Fue 4 a 3 desde los doce pasos.
Si algo le faltaba al Mundial de la emoción y el dramatismo era este nuevo y heroico gol de cabeza de Yerry Mina, el gigante del salto y el cabezazo matador. Colombia ya estaba empacando, el reloj, tiránico, marcaba 93 minutos. Arriba, la chapa sentenciaba Inglaterra 1 - Colombia 0. A los 81, en la única situación propicia del cuadro cafetero, Cuadrado falló el gol de su vida, tras un gran contraataque y magnífico pase de Bacca, tenía todo el arco para él y la mandó a San Petersburgo. El problema es que se jugaba en Moscú. Parecía que nada podría revertir la derrota. Pero se produjo un córner para Colombia; la última ocasión. El destino la puso ahí. Fueron todos al área, hasta el arquero Ospina. Sólo quedó Barrios a cuidar la casa. Vino el centro precioso de Cuadrado, cayó en el corazón del rectángulo pequeño y Yerry Mina, el gigante de 1,94 y cabeza de oro ganó de aire y aplicó un testazo que llevaba gloria. La bola picó abajo y se metió: 1 a 1 y al alargue. Ya es uno de los goles más gritados en la historia de Colombia. Porque estaba cocinada y a punto de ser servida en la gran mesa inglesa como banquete de cuartos de final.
El mismo Yerry Mina que no jugó el primer partido ante Japón porque se decía que llegaba sin fútbol, el que arrancó en el segundo y marcó el primer tanto de Colombia a Polonia con otro cabezazo y que anotó, por la misma vía, el único gol del triunfo ante Senegal. Yerry, un sujeto lleno de carisma y alegría, con su sonrisa perpetua, se suma así a la galería de los grandes ídolos colombianos. Willington Ortiz, Valderrama, Higuita, Asprilla, Rincón, Valencia, James, Falcao… Achíquense un poquito, háganle un lugar a Yerry…
Ya la llevaban a la morgue a Colombia, Yerry la exhumó y la puso en el tiempo extra y luego en los penales. Una vida más. Había sido, hasta ahí, el partido más caliente y más áspero de todo el Mundial. Hubo mucho roce; entradas recias, discusiones, manotones, topadas cara a cara, agarradas, simulaciones, amenazas.
Colombia jugó muy nervioso por la dureza de algunos ingleses como Jordan Henderson, Kyle Walker y, sobre todo, John Stones (el zaguero con el número 5). Eso le costó seis amarillas. Pero puso el alma en la cancha. Entró con una actitud sensacional para un encuentro de esta relevancia y ante un rival tan fornido y altivo, convencido siempre de su superioridad de clase, de raza. Cuando un equipo entra con tal motivación y entereza, algún mérito tiene el técnico; nunca hemos visto equipos valientes con técnicos pusilánimes.
Ante la gigantesca ausencia de James Rodríguez (con sus seis goles de Brasil aquí tal vez Colombia llegaba a la final), José Pekerman aplicó una táctica conservadora: cuatro defensas en línea y tres volantes de pura marca por delante (Barrios, Carlos Sánchez y Lerma). Una especie de línea Maginot que le resultó infranqueable a la selección de Gareth Southgate. No pudo generar nunca juego claro para sus ofensivos, especialmente Harry Kane, el goleador del torneo. Así, el partido se fue consumiendo entre fricciones e intentos vanos, donde siempre los arrestos defensivos se impusieron a los intentos de ataque.
Con el diario del lunes podemos decir que de estos tres rompedores del medio sobró uno. Tal vez Mateus Uribe puede ocupar el lugar de Lerma. Puede hacer lo de Lerma y agregarle más llegada, más luces creativas.
El problema de esa táctica es cuando te meten un gol. Hay que salir a buscar el empate, y faltan atacantes y volantes de armado. Pekerman sacó a Lerma y Sánchez y puso dos a Bacca y Uribe. Ya tenía más color, pero le quedaba poco tiempo, lo salvó el gol heroico de Yerry. El suplementario vio a una Colombia agrandada, más adelantada y llegó bien a la definición por tiros penales. Allí murió la ilusión, después de que Ospina lo había puesto en ventaja con esa tapada notable frente al disparo de Henderson. Generalmente cuando un equipo se pone en ventaja en el tercer penal, gana la serie. No fue así, fallaron consecutivamente Uribe y Bacca. Luego, Ospina adivinó el último disparo, de Dier, y alcanzó a tocar la pelota, pero le dobló la mano y siguió viaje al fondo de la red.
Wilmar Barrios tuvo una actuación consagratoria, alcanzó la perfección para un volante de corte. Su sentido de quite y entrega es notable. El cabezazo de Mina en las dos áreas, la firmeza de Dávinson, el loable sacrificio de Falcao, el liderazgo y personalidad de Cuadrado, la respuesta siempre salvadora de Ospina, el enchufe de los dos laterales, el compromiso de todos, son puntos muy altos, incuestionables.
Ahora vendrán las críticas de por qué no se hizo un planteamiento más agresivo, que se podía ganar… El tema era preparar el partido ante un equipo que sale muy rápido del medio hacia arriba y tiene jugadores veloces y frontales. Tal vez lo que logró anularlos fue esa táctica de tres partisanos en el medio. Acaso fue un acierto de Pekerman, porque Inglaterra casi no le creó situaciones de gol. Nunca se sabrá. Con el diario del lunes todos somos expertos. No se puede analizar siempre desde el resultado. Si Uribe y Bacca metían sus penales, Pekerman hoy era un iluminado.
Sí está claro que se va con la frente alta Colombia, dejando una excelente imagen de su fútbol, del fútbol sudamericano.