Opinión

Camisetas perdidas

Nicolás Samper evoca su época de coleccionista, del fútbol de antaño y del dólar a buen precio.

Foto: Archivo Particular


30 de diciembre 2021, 06:55 a. m.
El dólar, y no es inocentada, volvió a superar los 4 mil pesos. Lindos eran los años en los que estaba a $1.700 y al viajar uno se sentía como Sinatra o Hugh Hefner, más, si la búsqueda en travesías varias deparaba un stop en algún lugar para comprar camisetas de fútbol. Hoy a través de internet sigo colgando un balde en mi cuello para que las babas del antojo caigan ahí, mientras confío que, de nuevo, -iluso que soy- bajen esos precios y pueda comprarme la camiseta del Bayer Uerdingen temporada 91/92 que vi en una página de coleccionistas.
Y no sé cómo ni por qué la quiero comprar, también. No la necesito, tampoco. He vivido sin ella toda mi vida. ¿Para qué carajo? Me imagino que es una manera, asumo, de aferrarme al fútbol de ayer, que me gustaba mucho más que el “producto” empacado al vacío de hoy, sin tantos misterios ni tantos detalles. Porque ese Bayer Uerdingen del que hablo tenía al rumano Klein y a un arquero de particular look, una especie de punk con cara de Kevin Bacon, que era de apellido Asche y se comía 200 goles por temporada, pero salvaba 600. Me obsesionaba la manera de atajar de Asche, burdo, poco ortodoxo, pero efectivo mientras que sus compañeros no lo vendieran, y que siempre, cuando sacaba con el pie, era de punta y para arriba; a dividirla. No era el único: desde Tacconi y Zenga, hasta Aumann (el 1 del Bayern Munich de esos años) y Oliver Reck (un gordo de gran condición atajadora que se paraba bajo los tres palos del Werder Bremen) siempre la pinchaban hasta que el cielo se devorara la pelota.
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También, digo, será para aferrarme a tiempos de menores preocupaciones, porque el atuendo en esos años se resolvía con una camiseta de fútbol. Las usaba para vestirme, por allá en 1995, hasta muy entrados los dos mil. La primera fue una de la Roma, temporada 92/93, que llevaba como sponsor a Barilla. Después apareció una del Barcelona 92/93, la de manga larga y que tenía la figura de la marca Kappa en un listón blanco que iba sobre los brazos. Y un día la suplente del Arsenal 1996, azul oscuro y azul claro, dividida por una especie de rayos y que llevaba el patrocinio de JVC. O la de Francia, modelo Euro 96, con cuello alto y cuerdas para cerrar el cuello. Tocaba ahorrar bastante para conseguirlas y eran muy caras, más para el bolsillo de un estudiante. Por eso, entre quienes nos dio por esa vaina, nos intercambiamos camisetas para así cambiar un poco esa permanente fotografía en la que nos habíamos transformado.
Hoy, revisando el closet y desempolvando las que tengo guardadas y que nunca volví a usar como traje, me doy cuenta de que ninguna de esas que nombré, está allí. Se fueron sin saber cómo, cuándo y por qué. Igual que la juventud y el dólar a $1.700.
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