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Pasa en muchos escenarios: alguien aprende dos términos nuevos, mueve un par de cosas de su lugar habitual, cambia de rol a ese que parece no ajustarse a los vientos de cambio y es así como imprime su sello, impacta su entorno y -con la confianza suficiente- hasta inventa su profesión. Desconocer la historia que alguien, con virtudes y errores escribió antes que él, es una especie de daño colateral, imprescindible para el proceso –irreversible- de la transformación.
La rueda pasa implacable y aplasta lo bueno y lo malo, lo útil y lo intrascendente, lo viejo y lo nuevo sin hacer mayores diferencias.
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Y es una pena porque a veces –solo a veces-, el pasado que cuenta historias de éxito puede ser un buen punto de partida para esa necesidad, tan moderna, de la ‘innovación’.
Inventar un estilo es una tentación a la que cedió, como no, Carlos Queiroz en la Selección Colombia. Una convocatoria con nombres nuevos –Orejuela o Arboleda-, con delanteros venidos a mediocampistas -Luis Díaz-, con hombres de espectacular momento –Zapata o Morelos- y otros de poca recordación –Tesillo-, ofrecía la opción de probar mucho sin la presión de que el resultado terminara siendo una condena. Había que intentarlo.
Y salió bien cuando se trató de individualidades pero no tanto cuando tocó evaluar el rendimiento colectivo. Díaz y su golazo justifican la creación de un nuevo puesto (volante por fuera), Zapata y su sacrificio hablan de quien se enfunda hasta el buzo del portero con tal de estar (volante por derecha), hasta James y Falcao aceptan la suplencia para abrir de par en par la puerta de las posibilidades. Pero es el talento en cada caso el que hace del ensayo un éxito.
Otra historia es el grupo, la memoria, el funcionamiento. Y es ahí cuando, en aras de la innovación, no cualquier locura es válida.
Con dos entrenamientos lo ideal era evitar la revolución –como prometió Queiroz- y no ceder a la negociación. Si el 4-2-3-1 funciona, no de ahora sino desde hace siete años, tendría que haberse privilegiado ese conocimiento y esa experiencia para hacer funcionar la máquina. Pero no, la última apuesta fue patear el tablero, apostar a un 4-4-2 sin hombres con características para cumplirlo y apostar por apostar, para siempre tener que volver a lo conocido, que no por viejo es malo.
Volvamos a la máquina, tornillo por tornillo: dos volantes de marca necesitan la diferencia de condiciones para complementarse (Barrios-Uribe) y no quitarse espacios (Barrios-Lerma) o regalar terreno en aras de la vocación ofensiva (Cuellar-Uribe). James tiene que jugar de James, suelto en la segunda línea, porque en Colombia –SÓLO EN COLOMBIA- no tiene que demostrarle nada a nadie y porque, como quedó claro ante Corea, es el que los hace jugar a todos, así de sencillo. Pero para tener esa libertad requiere hombres fuertes en marca y en salida (Cuadrado-Cardona, la dupla más exitosa) por sus costados y no solo atacantes netos (Díaz-Zapata o Muriel-Villa), dúctiles hacia arriba pero dubitativos en el retroceso. En punta, basta con Falcao porque es él, porque estamos lejos de reemplazarlo, porque a la hora de la finalización es el amo de la confianza. ¿Atacar con dos puntas? Sí, porque habrá rivales que obliguen, pero con delanteros jugando de delanteros, que no es el caso de Muriel por fuera o de Zapata jugando de Villa.
La prueba salió como salió, pero de ahora en más no habrá tanto espacio para el azar. Una Copa América que merece reposar en las manos de una de las generaciones más exitosas de la historia de Colombia, obliga a dar pasos con responsabilidad, a inventar sí pero sobre una base que tiene vida antes y después de la administración de turno, a avanzar desde lo conocido, con ajustes y no revoluciones ante la evidente falta de tiempo para implementar cambios profundos.
La buena noticia es que no hay nada novedoso en la estrategia para un tipo curtido y sabio como Queiroz, para quien pasó el capítulo de los ensayos y empezó, formalmente, el de las exigencias.