La Selección Colombia se estrenó en las Eliminatorias al Mundial de 2026 con una victoria en casa contra Venezuela (1-0) y un empate de su visita a Chile (0-0). Media inglesa perfecta que aseguraría uno de los cupos directos. Es muy valioso. Pero la discusión no es el qué sino el cómo. ¿Es este el equipo que va a plantar cara en una Copa Mundo a la que casi con certeza se va a clasificar, con casi 7 cupos para solo 10 contendores?
Es inevitable la nostalgia de aquel equipo que en los amistosos del año que lleva Néstor Lorenzo al frente del equipo corregía defectos con goles, encontraba cada vez más alternativas por posición, se regocijaba en la renovación de su nómina y la promesa de su consolidación cuando repetíamos con tanto anhelo 'ojalá empezaran ya las Eliminatorias'...
Hoy, cuando la pelea ya no es lucirse para meterse al radar del DT sino disputar los puntos a cualquier costo, el espíritu del amateur ha ido perdiendo la pelea contra la precaución del debutante y el ganador ha sido la zozobra, la duda, el miedo. No de otra manera se explica que cuando antes casi se caían los goles de los bolsillos y anotaban por igual mediocampistas, extremos y delanteros, saquemos pecho por 6 remates a puerta en 180 minutos, contra dos rivales como Venezuela y Chile, que son directos en la pelea por volver al Mundial. Es como si, en algún lugar del camino, hubiéramos saciado el hambre.
Lo bueno es que cuatro puntos de seis son crédito suficiente para comprar tiempo y paz a la hora de la planeación. Ese es el clima ideal para encontrar soluciones. A la luz de los números la tarea está hecha, pero a la luz del funcionamiento, la deuda es grande.
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La primera gran conclusión es que en un año de trabajo, Lorenzo ya tiene su equipo base, sus cambios y sus opciones de emergencia prácticamente claras. Tienen membresía deluxe los veteranos James, Quintero, Dávinson, Mina, Uribe, Barrios, Lerma, Vargas y Cuadrado (a Mina lo siguen sacando las lesiones) y que mientras los dos creativos saben que tienen roles de revulsivos y ya no de dueños del puesto, los otros entienden que jugarán de acuerdo con cada exigencia del rival y que para no perder el cupo deben competir a tope.
Después están los indiscutibles Díaz, Arias, Carrascal, Lucumí, Sinisterra, Borré, Muñoz y Machado, que son presente y su futuro y eso les amplía el compás de espera. Otra cosa dirán los Falcao que ya no llegan ni a la convocatoria, o los Casierra, Córdoba, Cuesta, hasta Valoyes, que no están hoy en ningún lote y que van a tener que luchar para el menor ventarrón no los saque del cuadro. Decían Perea que tenían unos 60 jugadores con nivel de Selección... probablemente sean menos.
Una cosa es plantarle cara a Alemania por el placer de vencer a un ex campeón mundial, otra el temor al fantasma de la sentencia 'el clásico es contra Venezuela', o del 'amor de la hinchada solo lo garantiza el resultado'. Eso les pesó a todos.
Díaz siente la presión del lucimiento, Arias decide mal de amarillo (con Colombia) cuando no falla una de vinotinto y verde (con Fluminense), Carrascal se luce un día en barranquilla y se nubla al otro en Santiago, a Borré lo sacan del cuadro siempre que le marcan a algún socio y se agota de correr sin premio y sin rumbo, a Machado y a Muñoz les ponen lastres en los pies cuando hay presión real de competencia.
Y no es solo por jóvenes, pues a los Cuadrado, los Quintero, James y Uribe, por ejemplo, tampoco es que les vaya radicalmente mejor. Solo que ellos no generaron la expectativa de la nueva generación dorada para el presente y el futuro y por eso el saco les pesa menos.
La presión llegó incluso al cuerpo técnico, con Lorenzo al mando, que sigue sin corregir el defecto chocante de entregar los primeros 45 minutos de un partido para corregir en el segundo, una insufrible manía de jugar con fuego pues alguna vez ya no salvará Vargas y entonces vendrán los tiempos de grises de trabajar con los resultados en contra. La insistencia en algunos históricos solo por ese rango aún cuando lleguen sin actualidad puede producir fatalidades como la nueva lesión de Mina. Todo en exceso en esta vida es nocivo, aún cuando lo reine la buena fe.
Lo claro es que, por mucho que haya buenas ideas y planeaciones detalladas, todo naufraga si no hay buenos intérpretes y en eso, contra Venezuela y contra Chile, pecó Colombia.
Tener a Luis Díaz y no rodearlo de socios efectivos, que hablen su idioma y corran y piensen a su velocidad, que es la del fútbol moderno que se juega en todo el mundo, es un desperdicio. Pero también él ha decidido guardar su conejo en el sombrero y cargar demasiada presión, cuando es la picardía y su espíritu de aficionado lo que ha roto todas las barreras.
Y por ahí tienen que mejorar todos: James y Quintero a verse y sentirse más atléticos, como corresponde a sus treintas, Carrascal a ganar regularidad, Arias a integrarse como asistente pero también como definidor, Matheus a justificar por una vez la paciencia y a veces exagerada confianza que ha tenido en los últimos cinco años, los laterales a proyectarse y volver con más convicción y así... Un día Lorenzo mirará al banco y tendrán que estar ahí 'en puntitas de pies' como dicen los futbolistas. El cartero, si no los pilla listos, no tocará dos veces. Pregúntenle a Falcao...