El video le dio la vuelta al mundo, y no era para menos. Fue muy grave lo que pasó. Las vergonzosas imágenes en las que un tipo burla con asombrosa facilidad la logística del estadio Manuel Murillo Toro de Ibagué y agrede por la espalda, cobardemente, al futbolista Daniel Cataño mientras es aplaudido por un sector de la tribuna local, se reprodujeron con rapidez y se replicaron en medios de comunicación de muchos países. Sin embargo, la violencia no paró ahí.
El bus de Millonarios fue atacado con piedras en su desplazamiento al hotel después de la decisión del equipo bogotano de respaldar a su compañero y argumentar falta de garantías para no disputar el partido. Postura que terminó validando Wilmar Roldán, central del juego, en el informe arbitral. Pero la violencia no paró ahí.
Basta una rápida mirada a Twitter para encontrar un campo de batalla con pocos argumentos y mucha hostilidad, y para comprobar que estas lamentables escenas en los estadios de fútbol nada nos han enseñado. Y así como pasó con la pandemia, estos eventos tampoco nos hacen mejores. Creíamos algunos que después de imágenes tan crudas como aquellas que han dejado muertos en las tribunas, algo se iba a modificar en el comportamiento de la sociedad. Qué lejos estábamos.
En mis canales digitales, y en los medios de comunicación para los cuales trabajo, condené la agresión e intenté explicar por qué aplaudir a un sujeto de estos es, además de inmoral, una tontería: el más afectado después de todo esto es el equipo al que se dice amar. La pelea por los puntos era lo de menos, daba igual a quien se los daban porque aquí había un tema mucho más delicado por delante. Invité también a todos los involucrados en el fútbol -incluyendo, claro, a los futbolistas, entrenadores y directivos- a evaluar lo que decimos y publicamos, nuestros gestos incluso, para no convertirnos en generadores de violencia.
Desde entonces he recibido insultos y señalamientos de todos los colores y las orillas. En el mismo momento en el que mi argumento se aleja del suyo, se acuerdan de mi mamá y empiezan a escupir barbaridades. Hasta de conocer el plan para agredir al jugador o avergonzarme de la tierra en la que nací se me ha acusado. Y claro, aparece también alguno de esos colegas que, desde sus frustraciones personales, y sabiendo cómo funciona la masa en estas situaciones, intenta provocarme para arañar algunos likes y dar algo de paz a su alma.
La violencia no paró ahí y no hay señales que nos permitan esperanzarnos en que algún día sucederá. Vivimos en una sociedad enferma, con un desarrollado apetito por eventos así. Parece que muchos disfrutan que esto suceda, solo para encontrar fuego para su antorcha y seguir avivando el odio. No cuenten conmigo para ese juego.