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Nicolás Samper se une a la celebración de un cumpleaños más de Millonarios.

Nicolás Samper, columnista invitado.

Foto: Archivo Particular

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18 de junio 2019 , 05:46 p. m.

Recordar las hazañas está a veces de más y no es una afirmación soberbia. Es que es fácil hacerse hincha cuando se gana y un poco a todos nos pasó eso de encontrar los canales de la pasión en medio de un triunfo o ante la inminencia de una vuelta olímpica. Pero la relación con un equipo de fútbol -en mi caso con Millonarios, pero ese vínculo es similar sin importar los colores- también tiene sombras, momentos de absoluta oscuridad y de desolación que hacen doler el corazón como nunca.

Y es ahí, en esos instantes, es en los que se fortalece la relación también porque lógico, la emoción que nos da el título de nuestro club es de esas sensaciones que es imposible borrar de la cabeza. Muy de niño sigue vivo aquel toque a la red del gran “Pájaro” Juárez en 1987 frente a Carrabs que puso la estrella 12 en el escudo o el derechazo endemoniado de volea del gigante Mario Vanemerak en el horno llamado estadio Metropolitano para cerrar la obtención de la 13.

La 14 con las imponentes manos del siempre querido Lucho Delgado frente al penal de Correa que ayudó a que el agua turbulenta de las emociones reprimidas pudiera encontrar el cauce correcto y la 15 que cumplió la fantasía de vencer al rival de patio en la final serán imborrables porque eso fue lo que me tocó vivir a mí. 4 de 15 campeonatos de liga me ha dado la vida hasta ahora.

Pero en medio de la gloria y esa revisión histórica necesaria, las escenas de desdicha no se pueden dejar a un lado porque forjan el carácter. Y esos recuerdos a veces emergen porque más allá de las espantosas rachas adversas y de los amagos de quiebra o desaparición, el sentimiento sigue intacto más allá de los golpes. Incluso esa esperanza se enciende a pesar de que la lógica indicaría que lo más sensato es esperar sentado: como esa tarde del 93 en Barranquilla en la que Millonarios tenía que vencer al Junior y esperar algún otro resultado para colarse en las finales. El asunto es que el delantero que debía buscar los goles necesarios para encontrar el triunfo era Christian Torres, furibundo paquetazo chileno que era tan inofensivo como el agua de manzanilla. Y aún así uno imaginaba que, quien quita, por fin Torres redimiría sus pecados de da tarde calurosa. Obvio, dilapidó dos opciones claras y se diluyó en medio del sopor que significó una nueva eliminación.

O un año antes, en circunstancias similares aunque en El Campín, contra el Cali en medio de la lluvia y ya se sabe que si diluvia en el estadio cuando juega el verde caleño es triunfo del visitante. Siempre pasa. Aquella tarde en la que Villarraga se quedó tendido en el césped llorando mientras que el pastor Toninho se arrodillaba hacia al cielo agradeciéndole a Dios haber estado a su lado cuando marcó la única anotación del encuentro. Nosotros no teníamos Dios que nos protegiera y la comprobación de eso se dio el 7 de diciembre del 2003 cuando el Cali, como Gene Kelly, volvió a bailar sobre la lluvia.

Esos episodios -que abundaron entre 1989 y 2012- no quebrantaron ese amor que parece estar a prueba de decepciones pero que no es inmune al dolor y al llanto. Por eso hoy es un día para estar orgulloso de ser hincha de Millonarios en su cumpleaños 73. Porque siempre el sentimiento y el orgullo estará de pie.

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