Soy Yéiler

Nicolás Samper respalda la emotiva celebración de Yéiler Valencia, jugador de Once Caldas.

Nicolás Samper, columnista invitado.

Foto: Archivo Particular

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01 de agosto 2023 , 03:25 p. m.

Wilmar Roldán sacó del bolsillo la tarjeta amarilla y la roja después, en esa especie de semáforo futbolístico que ordena el reglamento para expulsar a un futbolista con doble amonestación. Y el pobre Yéiler Valencia no tuvo de otra: ya sabía lo que pierna arriba iba a llegar, más en el momento que su compañero Andrés Correa, canchero como pocos y general curtido en mil batallas, supo con anticipación el desenlace final y lo retó.

Once Caldas pelea por no descender casi una década después de que con la misma camiseta, otro grupo de futbolistas y otro entrenador, treparon la montaña más alta del éxito celebrando la Copa Libertadores. Hoy el panorama es bien distinto porque las malas administraciones, los errores en fichajes, el descuido deportivo y la falta de norte condujeron al Once a un lugar que parecía ya extinto en su historia, que en algún momento fue ocupar los puestos de retaguardia.

Su director técnico, Pedro Sarmiento, es cuestionado por la fanaticada, que hasta se siente con el derecho de encararlo y hacerle un reclamo airado por cuenta de una campaña en la que claramente Sarmiento carga con una responsabilidad, pero que es la acumulación de tres años enmarcados en decisiones poco menos que erráticas. No es el único, más allá de que el equipo no mejora mucho su andar y el partido dominical ante el Deportivo Cali (otro de esos que está pagando una serie de tropezones que también lo tiene mirando muy de cerca el abismo) resultó ser un impulso necesario para tratar de enderezar el camino.

Y cuando el universo por fin conspiró a su favor, Yéiler Valencia anotó el 4-0 ante Cali y Valencia se fue directo a celebrar su primer gol como profesional y empezó una carrera frenética desde el campo hasta las graderías; allí se trepó como un héroe, mientras recibía las palmadas en la espalda de los hinchas que un par de fechas antes puteaban a todos y no frenó su andar hasta que llegó al lugar que él quería: vio a su mamá y a su hermana y les dio un abrazo inolvidable porque tan largo es y tan duro es el sendero para poder alcanzar el profesionalismo que, generalmente, la contención de las frustraciones y de los malos momentos viene desde casa. Y era eso: un abrazo de agradecimiento, de dedicación al alcanzar ese primer objetivo.

Valencia bajó de nuevo al campo y Roldán no tuvo otra que sacarle la segunda amarilla y echarlo del campo. La ley avala a Roldán y el juez actuó bien, de acuerdo a la norma.

Podría escribirse un memorial de agravios contra el juvenil: dejó a su equipo con uno menos, más allá de que el juego se iba a acabar, el DT no podrá contar con él para la próxima jornada, no se pueden perder elementos, en especial si el descenso sigue acechando, era el cuarto gol de un partido que con anticipación ya habían definido sus compañeros… lo que usted quiera.

Pero más allá de los motivos y del deber ser el gesto de Valencia es sentir que el fútbol -a veces tan aburrido, a veces tan deforme y a veces tan predecible y romo- todavía se puede dejar guiar por la espontaneidad, por la alegría. Bien por Valencia. Yo hubiera actuado igual.

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