Entra ella y todo el mundo vuelve a ponerse en pie. Se incumplen las promesas que se hicieron aquel día de tusa con el alma lastimada. Todos los que juraron no volver a estar, alzan la mirada cuando la ven caminar. Así les haya roto el corazón, vienen a verla bailar.
Si es ballet o un ‘pogo’ no importa mucho en realidad. La gente está aquí por ella. Porque la aman y la han extrañado, a pesar de todo. Están aquí porque la vieja ecuación no cambió: si ella gana, ellos también.
No fue una de esas noches de embriaguez sensorial en las que el derroche de talento rebosa los corazones y deja sin palabras. Fue apenas un 1-0 ante la discreta Venezuela. Pero a la gente que vino a ver a la Selección Colombia, eso le bastó. Había que poner una curita en la herida, así no la cubra completa todavía. Había que empezar ganando.
Detrás del telón sonríe el director de la orquesta. Sabe que hay mucho por afinar - ni sordo que fuera -, pero ve también algunos movimientos en la coreografía en los que casi nadie se detiene. Más allá de los tres puntos hay algunas victorias para él.
Demostró, por ejemplo, que James Rodríguez sí puede ser suplente. Que no hay pataleta ni pucheros como profetizaban algunos desde sus envenenados rincones; y que él es capaz de gestionar las nuevas dinámicas de liderazgo con los más veteranos del equipo.
Apostó alto por Rafael Santos Borré poniéndolo por encima de atacantes que vienen con más minutos y más goles en el arranque de la temporada (Durán, Sinisterra y Córdoba). Y su elegido correspondió a su confianza marcando el gol de la victoria.
El cambio que hizo para el segundo tiempo (Carrascal por Cuadrado) le vino bien al juego ofensivo de Colombia. Incluso, de los pies del recién ingresado nace la jugada del gol cuando el segundo tiempo apenas arrancaba.
Fue un vals simple. Habrá que irlo complejizando con el correr de la eliminatoria.