Dice el cuento que cuando el Capitán Garfio se enojaba, sus ojos cambiaban de color hacia un rojo ígneo que avisaba al mundo de la furia que le consumía. Dice también que cuando Huber Bodhert entró a la sala de prensa del estadio Atanasio Girardot después de la goleada sufrida por su equipo –Independiente Santa Fe- ante Atlético Nacional, sus ojos hacían lucir al viejo pirata como un principiante. Anunciaba su rostro a los presentes que esta no sería una conferencia como casi todas las demás.
Sin titubeo, en la primera respuesta convirtió el micrófono en un afilado garfio y se fue con todo contra sus jugadores: “Aquí hay un tema muy claro y yo lo resumo en la capacidad individual. Nosotros nos debemos a que cada uno de estos muchachos dentro de su capacidad individual pueda desarrollar e interpretar el juego y puedan resolver, pero cuando tú ves que para controlar un balón es complicado, para dar un pase a dos metros es complejo, hay una frustración para nosotros como cuerpo técnico y para mí como técnico”. De entrada, se distanció del lugar común de la actitud y apuntó a la aptitud. Abriendo la puerta a un escenario mucho más complejo: el de ser inepto para una tarea así se quiera desarrollarla bien. Algo es claro: es más fácil estimular la voluntad de un jugador profesional que enseñarle a parar un balón o hacer un pase.
Y la embestida no terminó allí: “con equipos con una menor nómina he competido mucho mejor. Lo de hoy es frustrante y veo que Nacional es justo ganador porque tuvo mejor capacidad a nivel individual. Cada uno de sus jugadores muestra calidad”. En una sola respuesta Bodhert comparó a los jugadores de Santa Fe con los del rival de la noche y con otros que han conformado planteles menos competitivos. En cada caso, los suyos salieron perdiendo.
Pero allí no solo estaba Garfio repartiendo sablazos a diestra y siniestra. En la misma silla también estaba Peter Pan huyéndole a asumir la parte de responsabilidad que le toca a los adultos. En ninguna de sus respuestas hay asomo de autocrítica. Ni por la configuración de la nómina, ni por el replanteo, ni por los futbolistas que pidió y no han rendido, o por aquellos a quienes les dio el visto bueno cuando llegó. Inferimos que para el entrenador todas sus decisiones son correctas y el problema está exclusivamente en otras dependencias.
Es bueno cuando en este tipo de espacios alguien se sienta frente al micrófono y se saca el casete para responder, negándose a abrir el cajón de las frases hechas de casi todos los demás. Pero también es buena la autocrítica. ¿Qué tal un discurso en el que hable de equivocaciones de sus dirigidos (porque las hay), pero también de los errores del cuerpo técnico? Imagino que para quienes están involucrados en un proyecto no es fácil identificarse con el líder cuando es muy bueno viendo pajas en ojos ajenos, pero no tanto para detenerse en su glaucoma.
Esta es la parte del cuento en la que el barco es azotado por una tormenta invocada por sus propios tripulantes. Y, al menos hasta esta escena, no hay quien salve a Campanita.