Fito, Tata, Pachu, el 92 y la memoria selectiva

Nicolás Samper habla del vínculo entre la estrella de rock en español y el ex técnico de Argentina.

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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07 de junio 2023 , 02:28 p. m.

Ese viaje de caras que todos guardamos en la mente, como si fueran unos archivos clasificados de la policía, no siempre funciona bien. Pasa cuando alguien se acerca a nosotros y nos saluda con gran efusividad y se nota la cara de quien no encuentra el más mínimo registro de ese rostro, más allá de que se haga un esfuerzo por pasar en la mente a velocidades inimaginables, los miles de personas que alguna vez hicieron parte de nuestras vidas. Es como si esa carpeta, de repente, la hubieran extirpado.

Pasa también que hay gente que, más allá de la estrechez del vínculo, nos dejó una huella eterna, no simplemente por ser amigos o enemigos, que es un poco la manera de poner en orden esos folders mentales a la hora de encarar la vida. Hay personas que, sin haber sido trascendentales en esencia, dejan un recuerdo por un dejo, un tic, por la manera de hablar, por su apodo (a veces no podemos recordar su nombre real, sino el mote con el que era conocido) o un talento especial.

El fútbol, más si se trata de hablar del colegio, hace parte de ese recuento de memorias personales para identificar a alguien que supo pasar por nuestra existencia. Los cracks de la cuadra o de las aulas aparecen en nuestra mente por el daño que nos produjeron o porque el destino quiso juntarnos con ellos y esa capacidad de guardar en bajo relieve aquellos tipos que sorprendían en tiempos de inocencia estudiantil. En su libro “Infancia & Juventud. Memorias”, editado por Planeta, Fito Páez se arriesga a dar ese vuelco para pensar en aquellas caras que lo acompañaron cuando él era apenas un estudiante y no uno de los andamios en los que se sostendrá por siempre el rock argentino y empieza a repasar ese archivo personal de caras y de vidas que después se perdieron o que trascendieron.

Porque aquel compañero de aulas que evoca, sí que lo debió hacer sufrir tiempo después, cuando cada uno tomó un rumbo definido: Páez, adentrándose en la música y Gerardo Martino, conduciendo los hilos de Newell´s Old Boys. Es que Fito y Tata fueron compañeros de curso y el autor de “El amor después del amor” lo recuerda así: “Fuimos compañeros del “Tata” Martino, gloria de Newell´s, que como DT llegó a dirigir la Selección Argentina, la de Paraguay, la de México, al Barcelona, etcétera. Era un jugador de fútbol extraordinario y un noble compañero. En los partidos que jugábamos en las prácticas de educación física quedábamos dibujados ante su extrema habilidad con el balón. Todos lo queríamos en nuestro equipo.”

Uno imagina los años que vinieron después para cada uno: Fito, celebrando a rabiar que su amado Rosario Central se convirtiera en campeón de la B y consecutivamente, campeón de la A en 1987, tal vez limpiando aquel pecado del descenso que los condenó en 1984, pero también sufriendo por cuenta del “Tata”, volante exquisito y fino y que condujo al “leproso” en los títulos de liga de 1988 y 1990, incluyendo una maravillosa victoria de “Ñuls” 4-3 en el Gigante de Arroyito y teniéndolo a él como gran figura. Martino debió saber también de las mieles de su compañero de clase, porque el 92 fue el año de ambos: Fito asomaba hacia la inmortalidad con “El amor después del amor”, el disco más vendido en la historia del rock argentino, y el “Tata”, coronaba título con Newell´s, venciendo a Boca por penales en La Bombonera y con aquel maravilloso conjunto de Marcelo Bielsa, tanto él como sus compañeros se quedaron en las tumbas de la gloria al caer por penales en la final de la Libertadores frente al gran Sao Paulo de Telé Santana.


Fito y Tata construyeron su vínculo a través de cierta admiración. Pachu Peña, genial humorista en tiempos de VideoMatch en cambio, no consiguió conmover a Páez, aunque el fútbol también los juntó. “Yo (dice Pachu) iba a la mañana y él iba a la tarde. En la primaria jugábamos al fútbol, hacíamos desafíos mañana contra tarde. Nos fuimos de viaje de estudio en séptimo grado a Alta Gracia, en Córdoba, dos o tres días. Me acuerdo que él se había llevado la guitarra y ya tocaba temas de Sui Generis. Fito jugaba bien. Una noche me lo encuentro acá en Las Cañitas, en un restaurante, y le digo: ‘hola Fito, te acordás de Durán y de tal compañero?’. ‘No’, me contesta. ‘¿Te acordás de mí?’.‘No’. ¡No se acordó de nada! Me tenía a mí por la tele, y sabía que era de Rosario, pero nada más”, comentó Peña en una charla con Andy Kusnetzoff.

Así pasa con esos A-Z de la memoria. El recuerdo que dejan algunos es indeleble, como el que dejó el Tata a Fito; como el que dejó Fito a Pachu, pero no siempre la gran memoria propia se conjuga con la de los demás. Generalmente todos hemos sido más víctimas del olvido ajeno. Todos hemos sido un poco como Pachu.

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