Así están las cosas en Lyon. En la ciudad sede de la policía internacional más grande del mundo han sabido encontrar al responsable de la debacle de uno de los clubes con mayor relevancia del fútbol francés en los últimos años. Es que hoy el afamado en otros años Olympique de Lyon está nadando en las aguas peligrosas del descenso y, caminando con circular roja en el bolsillo, el equipo podría regresar a un sitio del cual no caen desde la temporada 82/83 (fueron decimonovenos y bajaron a la B al lado del Tours y del Mulhouse) y al que regresaron cinco años después, hasta la campaña 88/89.
35 años ininterrumpidos en primera división y en este período el humilde Lyon vio sus mejores tiempos al amanecer la década del 2000. Eran tiempos en los que los jeques eran agentes lejanos de cualquier club europeo y en los que el Lyonnais se armó como los verdaderos grandes: bajo la presidencia de Jean Michele Aulas primero se hizo imbatible en su país -primer paso como para pensar en objetivos más suculentos- y allí obtuvo siete ligas francesas de manera consecutiva desde el 2001 hasta el 2018. Uno de los artífices de tal boom fue un brasileño, de extraordinaria clase y que consiguió dar el gran salto a Europa después de coronarse campeón de la Copa Libertadores de América con Vasco Da Gama. Juninho Pernambucano, seguramente el mejor pateador de tiros libres en la historia reciente del fútbol, comandó una formación que brilló con futbolistas de la talla de Gregory Coupet, Claudio Cacapa, Florent Malouda, Sydney Godoy, Peggy Luyindula, Edmilson, Sonny Anderson, Michael Essien, Hatem Ben Arfa, Elber, Karim Benzema, Eric Abidal, Jeremy Toulalan, Kim Kallstrom, César “Chelo” Delgado, Fred y Fabio Grosso. Las cosas empezaron a dificultarse: hubo cambio de dueño (John Textor) y la nueva administración no ha podido encontrarle la vuelta a un negocio que en sus últimos años le ha representado pérdidas cercanas a los 200 millones de euros.
Hablábamos de Grosso. Justamente hoy el italiano, lateral de aquella selección campeona del mundo en 2006 y figura de Lyon, es el encargado de llevar el peso técnico de un conjunto que no da pie con bola. El bus del equipo fue apedreado en Marsella y una roca estuvo cerca de hacerle perder un ojo. Sin embargo ahí sigue, tratando de unir la formación más inconexa de Lyon, que le ha costado muchísimo adaptarse al cambio de dueño y a la bonanza del fútbol europeo a partir de clubes-estado. No ha sido el único que se ha visto perjudicado, porque por ejemplo su gran rival, el Saint Etienne terminó yéndose a la B hace un par de campañas por cuenta de su insolvencia ante mercados más exigentes, frente a refuerzos baratos pero que no se conduele con la historia de la institución y, lo más difícil, con las garantías que debe presentar un equipo de la Ligue 1 para garantizar su funcionamiento y que, por consecuencia ha derivado en recolección de dinero de afán, dejando ir sus mejores talentos.
La recuperación parece lejana, no solamente para Lyon, sino para varios clubes que aún arrastran números rojos por cuenta de la pandemia y que están en ese afán de empeñar lo que hay para poder comer hoy. A la fecha que se escribe esta columna Lyon es último de la tabla con un partido ganado, cuatro empatados y seis perdidos. Nueve goles a favor en once encuentros -poquísimo- y diecinueve en contra (la segunda zaga más vulnerada, después del Lorient, antepenúltimo) indican que las señales deportivas de reacción parecen cada vez más distantes.