Mis hijos no fallarán

Opinión de Julián Capera sobre su hijo y el amor por el Deportes Tolima.

Julián Capera

Julián Capera

Foto: Archivo particular

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26 de mayo 2023 , 06:56 a. m.

Corazón en la garganta y a millón por hora. Ojos cerrados, mano izquierda entrelazada a la de mi esposa. Una cuenta regresiva, que parece nunca terminar de consumirse, nos lanza al momento definitivo. En la otra mano, una bengala se enciende y los gritos de alegría de los presentes rebotan con fuerza en mi alma. Abro los ojos. Será varón.

En medio de los abrazos de felicitación, alguien desenfunda un chiste sobre de qué equipo habrá de ser hincha mi hijo. Mi mente desempolva entonces una escena que también involucra una mujer embarazada y una conversación sobre el amor a una camiseta. El año es 2001 y el lugar es el apartamento de infancia en el centro de Ibagué. Ahí estoy yo, acercándome a los siete años, vestido hasta los calzoncillos del Deportes Tolima. Camiseta ‘Cerveza Perla’ con el 9 de Elson Becerra en la espalda, pantaloneta amarilla más arriba de las rodillas y medias largas del mismo color.

Sería aquella mi primera vez en el estadio después de varias semanas de intenso ruego para convencer a mi papá. Sin embargo, había todavía una última base por sortear. Justo antes de salir para la cancha, mi mamá, con cinco meses de embarazo (los mismos que hoy tiene mi esposa), exigió con desespero y vehemencia saciar uno de aquellos antojos. Salpicón con helado. Me acerqué a su panza y susurré: ‘algún día me entenderás’.

Mi hermano menor ha sido, entre otras tantas cosas, mi más fiel compañero en la hermosa y poco lógica tarea de amar este equipo de fútbol. Uno de mis primeros sueldos, siendo muy niño aún, lo gasté en un regalo de cumpleaños para él: un pequeño carrito de plástico y una camiseta del Tolima. Desde que llegó a mi vida traté de explicarle lo inexplicable y de heredarle este amor que va más allá de los resultados. Un amor que no cabe en 90 minutos y que tiene mucho que ver con nuestras raíces, nuestra familia, nuestra raza y nuestro pueblo.

Y lo intentaré una vez más. Intentaré transmitir aquello que sentí esa tarde cuando mis ojos se llenaron de la inmensidad del cielo contrastando con el tapete de verde césped del Manuel Murillo Toro, contenido por las perfectas líneas de cal. Extintores, banderas, trapos y rollos de papel. De banda sonora los coros engordados por miles de voces lanzando al viento poemas de amor a un escudo y una tradición. Lo que sentí aquel día mientras mi papá, con una aplastante serenidad en medio de tanta euforia, tomaba mi escurridiza mano y me estrechaba contra su pecho.

Anhelo que el alma de mis hijos tenga el mismo color que la mía, que la de mi hermano. Pero, incluso más que eso, deseo que puedan entender, como su abuelo, que nada está por encima de la vida, que no se trata de alcanzar el triunfo a toda costa, pasando por encima de los demás; y que al final, la verdadera victoria está en volver juntos a casa. Cuando se gana y cuando se pierde. En eso, mis hijos no fallarán.

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