Los juegos del hambre

Opinión de Nicolás Samper sobre el proyecto de la Superliga de Europa.

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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21 de abril 2021 , 12:16 p. m.

Son insaciables, siempre. Es mejor no dejar un billete de 100 mil pesos cerca de ellos porque además de tomarlo, son capaces de revenderlo al dueño original en 200 mil pesos. Y ese voraz apetito de dinero no los hace pensar en medio de lo que están. Así, poco a poco, los de arriba, los de corbata, están acabando poco a poco un juego que cada vez parece menos divertido que siempre.

Porque geniales, son capaces de traicionar al que sea, al mismo Jesús -así fuera el difunto Gil y Gil- por un plato de lentejas. Ojalá lleno de dólares. De ahí sale la bendita Superliga, ese monstruo con olor a vómito que quiso imponer Florentino Pérez y un par de áulicos poderosos como él, pero menos vivos, que se dejaron engatusar del hombre de gafas y sonrisa sardónica que comanda los destinos del club blanco.

Justo Florentino, un hombre que hace de lo grotesco, una manera de sentir un equipo de fútbol se encargó poco a poco de ir haciendo importante el factor billete, quebrando las proporciones de ventas y los valores de mercado con tal de hacer un Salón de la Justicia llamado “Galácticos” y que tuviera como sede el Santiago Bernabéu. Pensar que él fue el hombre que, rompiendo códigos no escritos, le encantó llevarse a sus huestes a Luis Figo, jugador del Barcelona y con carnet de socio de los catalanes, a quien después de verlo de blanco y sacarle jugo, lo terminó traicionando. Como Pepe o Cristiano Ronaldo, que se molestaron con él por cuenta de su manera de dejarlos a la mitad del camino en medio de problemas impositivos que los tuvieron en jaque. Uno de los grandes gestores de la desigualdad del fútbol hoy por hoy se presentó en un show televisivo tipo “crispeta” (ruido de la olla durante cinco minutos y nada más de fondo) como el salvador del fútbol. ¡Gracias, Florentino!

Y su modelo, ese que quería imponer una nueva reunión de galácticos, pero esta vez separándose del resto de infectos, le salió pésima -como en su momento esa idea hizo que el Real Madrid explotara en mil pedazos-. La Superliga ha sido uno de los gaffes más grandes de la historia y sus cómplices de pilatuna empezaron también a sentir los efectos: Woodward, Agnelli, City y Chelsea diciendo que no luego de haber dicho que sí, Bayern y PSG ratificando su negativa inicial -claramente porque las llamas del incendio se podían ver a lo lejos-.

Y el peor efecto es que la UEFA al final quedó como el lugar soñado y democrático al que cualquier club quisiera pertenecer.

Hubiera sido lindo, igual, que tuviera luz verde ese torneo de pacotilla. Y que los futbolistas -de nuevo los que nunca son tenidos en cuenta- tal vez se bajaran de ese bus poderoso. Y sin futbolistas no hay Superliga. Así que nos perdimos de ver las torpezas de Florentino dentro del campo de fútbol, jugando con tal de defender tantos ceros que se avizoraba en el horizonte.

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