El código del 6

Las grandes goleadas del fútbol que pesan y dejan una huella imborrable en la historia personal.

Nicolás Samper, columnista invitado.

Foto: Archivo Particular

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08 de marzo 2023 , 02:09 p. m.

Alguna vez, hablando con un exfutbolista me decía que si su equipo hacía seis goles y aún faltaba tiempo para que se terminara el partido, ellos decidían en el campo que, por respeto a un adversario que en ese momento andaba confundido y descorazonado, bajaban el acelerador a pesar de que, por condiciones y superioridad, podían ser capaces de marcar muchos más tantos. Es como si el número 6 en el score decidiera el final de una contienda.

Por eso, más allá de que un 6-0 en contra ya, por sí solo, resulte ser un score sumamente humillante, la cifra pareciera ser el límite en el que se puede detener un machacante toretto, una tortura futbolística que apenas muestra su compasión con la llegada de la sexta anotación. El seis, que marca la creación del hombre por parte de Dios, de acuerdo a la Biblia, también demuestra la humanidad en ambos sentidos de un juego de fútbol: la imperfección y el error del fustigado, que lo hace parecer más humano, y la “humanidad”, en el sentido de la caridad y la conmiseración, que ponen sobre la mesa aquellos que están brindando en medio del bacanal que ellos mismos produjeron y que en cierto instante deciden terminar la fiesta inolvidable.

Insisto con el 6, la cifra maldita si es que se repite tres veces y que estaba incrustada en la cabeza de Damián en La Profecía en forma de triángulo, porque siempre me ha parecido el último límite tolerable para marcar una diferencia abismal en cuanto a códigos no escritos en el fútbol. Ojo, esto no exime -de hecho son bastantes los que han sido devorados por las llamas del infierno- a los pobres entrenadores que jamás han podido alinear en su carrera la clemencia. Por eso se les ve hacer la maleta después de un 6-0 de esos que taladra y hiere.

La cosa parece mucho más terrible si es que se supera el 6, el no fornicar de los diez mandamientos. Porque tras un séptimo gol, ya parece haberse quebrado la ley y el código: la fornicación termina siendo realmente dramática; ni hablar si aparece el octavo, el noveno o el décimo.

Óscar Córdoba, con quien he compartido set en el último tiempo, contaba que aquel 7-3 que recibió en un clásico bogotano resultó ser una mochila durísima de superar, tanto que aún a veces siente que la lleva encima; Robinson Zapata resultó víctima injusta de la improvisación y se colgó el cartelito de los nueve tantos que tuvo que buscar dentro de la red en Londrina; Guevara Mora, uno de los mejores porteros en la historia del Salvador recibió amenazas y hasta fue víctima de un atentado luego de que en Elche, los húngaros le ajustaran un 10 en su contra…

La vida para David De Gea es diferente desde el fin de semana que pasó: más allá de haber cometido increíbles errores en Rusia y de que un par de veces se llevó seis goles en contra en el clásico de la ciudad, hoy hace parte de aquellos que sufren hoy porque el rival -que no tiene la culpa, tampoco- decidió superar ese cerco eléctrico de los 6.

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