Para los que son menores de 40 va una explicación inicial: “El pasado en presente” era un programa de televisión en el que se juntaban dos eminencias; uno era Abelardo Forero Benavides, que fue embajador en varios países, político y hombre de vasta cultura, al igual que su compañero de equipo, Ramón de Zubiría, también un tipo de un cultivo intelectual más que prominente, además de ser miembro de la Academia de la Lengua y embajador también, entre tantas otras cosas.
El set era una biblioteca repleta de libros y dos sillas estilo Luis XV. Y durante una hora los dos empezaban a charlar sobre la Revolución Bolchevique o acerca de los motivos que desataron la primera Marquetalia, entre tantas otras cosas. La conclusión al acabar cada emisión era una sola -al menos para mí-: el país no cambiaba nunca, más allá de vivir desgracias sin fin y el mundo tampoco. Más allá de que fueran otros nombres, otras costumbres, otros lugares, también la renuencia a modificar un destino que nos llevaría al abismo era inexorable. De ahí el nombre de aquel ciclo televisivo. Era vivir hoy, todo lo que nos había disgustado ayer.
Y cuando uno decide echarle un vistazo a lo que pasa en el fútbol colombiano, llega esa misma desolación que aparecía en el ambiente cada vez que De Zubiría y Forero nos recordaban que el humano es una pieza errática, capaz de vivir en un permanente Deja Vú. Es como estar metido en un círculo del cual no se sale jamás, porque llevamos ya un buen tiempo viviendo cosas extrañas en nuestra liga.
Dirigentes que al parecer, trabajan como señores feudales que, en secreto y a oscuras, cuadran más o menos a quién vetan y a quién no, como lo reveló la SIC hace ya varios meses; tipos que dicen defender el fútbol femenino pero que se habrían puesto de acuerdo para pagar poco y mal, además habrían quitado el derecho a que sus empleadas pudieran explotar su imagen comercial, hechos que también está investigando la SIC. Eso sí, quietos no se quedan porque, al parecer, estarían varios de ellos buscando la caída de María del Socorro Pimienta, actual Superintendente, para ver si deja de joderlos.
No es lo único, por supuesto: equipos que están bajo sospecha por cuenta de su actuaciones (podemos empezar con el infaustamente recordado Llaneros-Unión); resultados que a veces resultan curiosos y expulsiones que pudieron evitarse pero que terminan siendo tarjetas rojas; denuncias que no son escuchadas sobre probables amaños de planteles inmersos en las apuestas; canchas que dan vergüenza ajena (Neiva, Tunja y recientemente Envigado encabezan la lista) pero que no son de los clubes, sino de los gobiernos locales; equipos rémora que no juegan a nada y que son lánguidos y vergonzantes invitados pero que en un torneo serio no ocuparían un lugar en primera división; árbitros que, en su gran mayoría, no dan garantías de nada…
Y como si todo esto fuera poco el fin de semana fue asesinado el presidente de Tigres por dos sicarios a la salida del juego que su club disputó con el Atlético. Las autoridades investigan las circunstancias del crimen.
De repente, luego de ver tantas circunstancias que parecían lejanas, en un pasado pretérito, me sentí de regreso a 1984 y quise mirarme al espejo para ver si, por lo menos en mi maltrecho físico, había servido ese viaje al tiempo. Y no: estoy más ajado, más canoso, más arrugado y más inmundo que nunca. Lo que pasa es que al final, nada cambia. Solamente nos ponemos más viejos, mientras que fuera de casa sigue pasando lo mismo de siempre.