Ese día Unicosta no pudo entrenar en Barranquilla. El autobús del equipo no aparecía y su lateral derecho tampoco. Para cuando los directivos del club lo notaron, Alberto Gamero ya iba en carretera rumbo a Santa Marta, tomando el vehículo como parte de pago por los salarios que nunca llegaron.
Era 1998 y ‘Tito’ sabía que había llegado la hora de conducir hacia la frontera más temida por los futbolistas profesionales: la del retiro. Sin sistemas de geolocalización en ese entonces, Gamero estaba seguro que aquel viejo bus, guiado por su bohemio corazón enamorado del balón, tendría que llevarlo de nuevo a una cancha de fútbol, así fuera del otro lado de la línea de cal.
Y así fue. Detuvo su marcha el destartalado automotor en el barrio Bastidas, donde Gamero nació dos veces. La primera, en 1964, cuando vio la luz del mundo. La segunda, cuando descubrió que transmitir conocimiento le tanqueaba tanto el alma como sentir la pelota en los pies y el viento en sus ensortijados rizos. Fundó una escuela para juveniles – Bastidas FC- y en el primer año llegó a finales eliminando a los equipos más tradicionales de la ciudad.
Ya en el nuevo siglo, Eduardo Pimentel -compañero suyo en el título de 1988 con Millonarios- lo invitó a ser parte de su cuerpo técnico en el naciente proyecto del Chicó Fútbol Club. Otro equipo con nombre de barrio, buen augurio para la cábala. Continuó allí su formación y recibió su primer reto en el fútbol profesional en segunda categoría: Chía Fair Play y Bogotá FC.
En 2006 regresó al Chicó para una foto bien distinta: el equipo se había mudado a Tunja, ya jugaba en primera división y él sería el entrenador en propiedad. Sembraba, tiritando en tierra fría, la gloria que luego cosecharía.
Una siega que vendría siempre con una buena dosis de epicidad. La primera vez que se sentó en la mesa donde solo hay lugar para aquellos capaces de bajar una estrella que corone de honor el escudo de un equipo de fútbol, fue derrotando nada menos que al gigante América de Cali. Un título que no estaba en las cuentas de nadie. Ídolo del Boyacá Chicó.
La segunda fue con Deportes Tolima, venciendo de visitante a Atlético Nacional en la final de un torneo en el que el equipo antioqueño no había recibido ni un solo gol en casa. Allí también había conquistado un título de Copa fuera de Ibagué: 2014 ante Independiente Santa Fe en el Campín. Ídolo del Deportes Tolima.
En 2020 cumplió su sueño de regresar como entrenador al único equipo con el que había sido campeón como futbolista: Millonarios. Y allí también, aunque la gloria lo dejó plantado en las primeras citas, luego apareció y lo besó en la boca. Es actualmente el campeón de Copa (título logrado ante Junior de Barranquilla) y campeón de liga (ante Atlético Nacional). Ídolo de Millonarios.
El bus de Tito cruzará esta semana el linde de los cuatro dígitos ¡MIL partidos dirigidos en el fútbol profesional! Una cifra que retumba mucho más cuando se entrevista la estadística y se nota que ha sido alcanzada dirigiendo apenas siete equipos. En tiempos donde ser entrenador es profesión de altísimo riesgo y la palabra ‘proceso’ es casi un improperio, la imagen de Gamero traduce justamente eso. Su bus no es eléctrico, no tiene GPS y no alcanza grandes velocidades. Parece ir sin mucho afán, pero casi siempre llega más lejos que los demás.