Dañar lo que está bien

Opinión de Nicolás Samper sobre las decisiones directivas y la Copa América.

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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01 de junio 2021 , 03:01 p. m.

A eso se han dedicado los que toman las grandes decisiones en el fútbol: a sumergirse en las entrañas de un deporte que siempre estuvo bien hasta unos años atrás. Hoy se comprueba día a día que el interés no va por el lado de contar con un juego más elaborado, más brillante, que enganche más a todos. Al contrario: la labor de destrucción está saliendo bien, mejor de lo que cualquier máquina de demolición podría realizar.

Hace poco en Europa pusieron sobre la mesa la posibilidad de acabar el valor extra que el gol visitante exhibe en los campeonatos europeos de clubes. También la modificación de la tradicional eliminación del sistema de fase de grupos para, supuestamente, darles mayor posibilidad a los clubes de disputar encuentros con otros adversarios. Y así se sigue caminando por esa extraña cornisa que marca la posibilidad de que el negocio liquide del todo al fútbol. Ni hablar del VAR -del que se ha escrito ya lo suficiente en este espacio-.

Por cuenta de esas maravillas, por cuenta de ese saco que aunque roto sigue acumulando ambición -porque se modifican las reglas, las sedes, se aumentan los equipos, pero los tiempos extra, crueles y tediosos no los tocan- es que hoy por hoy se le sigue buscando sede a una Copa América que tiene pegada la etiqueta de “imposible” en su contorno. Al tratar de comprender lo incomprensible, el retrovisor indica que se han hecho tres Copas América que pudieron ser cuatro, de no mediar la pandemia, en cinco años. Así, a punta de exagerada repetición, se puede devaluar un torneo tradicional. La programación armó Copa América 2015 en Chile, 2016 que era la del Centenario, 2019 en Brasil y 2020 en bipartita entre Colombia y Argentina.

Hoy no aparece en el horizonte la forma de hacer ese cuento montado para el 2020 y que a mediados del 2021 busca una carpa donde pueda pasar la noche: primero Colombia dijo que noviembre era el momento ideal para hacerlo por cuenta de la crispación social y la pandemia escalando picos de Kilimanjaro; la Conmebol le dijo que no y Argentina, que antes se había negado, de un instante a otro tomó la bandera de la organización, hasta que desde el mismo gobierno pensó que no era conveniente porque ellos también tienen su K2 de contagios.

La salida -reír para no llorar- fue llevarse la copa que nadie quiere a Brasil, el Everest en cuanto a picos de contagio. Y más risa, pero con llanto mezclado, dio Alejandro Domínguez cuando declara que “Brasil vive un momento de estabilidad”, no sin antes darle las gracias a Jair Bolsonaro, uno de los máximos negacionistas de la enfermedad que tiene al mundo bajo las sombras (recordar que cuando padeció de COVID 19 habló sin tapabocas en una rueda de prensa) y que ha manejado de forma precaria la crisis sanitaria que ya cuenta entre las víctimas de esta desgracia a casi medio millón de brasileños, tanto que las movilizaciones sociales que están ocurriendo allí, tienen como motivo el desastroso armado y paquidérmico en velocidad, plan de vacunación.

A ese caldero encendido se iba a ir la Copa América, hasta que Luiz Eduardo Ramos, el jefe del gabinete, dijo que ojo, que no hay nada asegurado y volvió a poner a temblar la estructura del negocio que, como los negocios ya pisados, se va a hacer. Por lo menos no en un mercado de Wuhan, como dijo en twitter el periodista Andrés Burgo.

O quién sabe si en Venus, aunque por cuenta de las altas temperaturas de 400 ºC buscarán, como el Mundial de Qatar, ver si en noviembre de pronto está un poquito más fresco.

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