Declaración de amor a mi bóxer viejo

Nicolás Samper se refirió a la cábala más importante en su vida. 

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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05 de septiembre 2023 , 10:36 a. m.

Sé que no van a estar siempre para mí, pero trato de aprovecharlos en cada instante, como cuando vemos que nuestros hijos crecen y se transforman en adolescentes que no nos paran bolas.

Sé que algún día una pequeña costura abrirá la autopista de la destrucción y de repente se armará un hueco más grande que el de la capa de ozono que los hará irrecuperables.

Además, sé también que, de a poco, por el uso y el abuso, su tela infranqueable se volverá traslúcida y desleída, casi tan transparente como el material de unas medias pantalón, y la línea que separa mis nalgas quedará a la vista a través de esa suerte de delgado visillo, de esa ventana indiscreta. 

Sé que algún día tendré que darles cristiana sepultura porque su misión conmigo habrá concluido y tendré que buscar otro elemento que me lance, en medio del caos, un polo a tierra. Estupideces de las que a veces nos agarramos todos.

Con ellos sería imposible seducir a Charlize Theron o a Emily Ratajkowski, pero pocos cuentan con mayores medallas de éxito, no en el flirteo, pero sí en las hazañas futbolísticas. Son mis bóxers negros - ya con un tono cada vez más rucio, empezando a ser grisáceo- que tienen estampados varios huevos fritos por doquier.

Llegaron a mis manos por accidente: mi suegra Claudia los había comprado para su marido, el buen Max, pero cometieron el error de escoger un par de tallas menos y aparecí yo en medio de la vía, listo para aceptar la herencia y con mi cuerpo aún escuálido, tipo Twiggy, los recibí de inmediato sin saber que estaba ante un amuleto que podría hacer palidecer a cualquier cruz de Gólgota. Hoy estoy panzón y fofo y aunque el caucho me talla los sigo usando.

Descubrí sus poderes luego de regresar de un larguísimo viaje en tren entre Saransk y Moscú. Luego del arranque mundialista de Colombia en Rusia 2018 y su caída ante Japón, decidí que para el siguiente viaje que nos llevaría a la selección y a mí hasta Kazán a jugarnos la vida ante los polacos, había que erradicar la ropa utilizada en el primer partido y fue allí donde, esculcando el ajuar, apareció el bóxer negro de huevos fritos, con la etiqueta puesta, y lo usé. Colombia ganó 3-0 y le metió un baile hermoso a Lewandowski y compañía.

Entonces fue regreso a Moscú -en avión- y directo a lavarlos para la próxima estación: Senegal en Samara. Si Colombia no vencía, la clasificación a octavos iba a ser imposible, pero ahí estaba el bóxer y sus huevos, los mismos que tuvo Yerry Mina para meter un cabezazo que más pareció un penal y que nos depositó en octavos. Ante los ingleses no perdimos: los penales son un método de desempate, como lanzar una moneda al aire, y no hay sortilegio capaz de doblar el mal criterio de un árbitro estúpido y miserable como Mark Geiger, así que mi bóxer y yo seguíamos invictos.

En el 2019, para el debut de mi hija en la cancha me los puse por si las moscas: ¡es muy jodido convencer a un nuevo hincha de que le haga fuerza a un equipo que pierde cuando lo vio por primera vez! Sirvió porque fue triunfo de Millos 3-2 al Huila y cada vez que con ella y mi esposa vamos al Campín, va también conmigo el ajustado bóxer que ha resistido sudores, angustias y secadoras y por ahora la racha victoriosa se mantiene. En el 2020 la pandemia nos frustró volver a las gradas, pero Millonarios alcanzó la final ante Tolima.

No sé si por exceso de confianza olvidé ponerme la ropa interior de la suerte el día de la final por TV y esa derrota ratificó mis sospechas. ¿Qué hubiera sido de ese partido con los calzoncillos puestos?

O mejor ¿Qué hubiera sido de mí si no los llevo a la final del Mundial de Qatar? Yo no tenía entrada de prensa para el juego, a pesar de cubrir el evento. Tras una incesante espera en cabina de FIFA para que liberaran algunos pases de prensa, una funcionaria italiana ya con unos 60 abriles nos dijo a un par de colegas extranjeros, a Oscar Ostos, a Gianmarco Sotelo -amigos que andaban con el Gol Caracol- y a mí: “muchachos, a mí este partido no me va a cambiar la vida… pero yo sé que a ustedes sí”. ¡Y nos dio entrada a todos! De nuevo el viento de la Rosa de Guadalupe ventilaba mis testículos y cubría de felicidad mi destino por cuenta de mi talismán, que tampoco falló en una de las finales más jodidas: la del 24 de junio de 2023 ante Nacional, la de la inolvidable estrella 16.

Sé que la vida útil de mi bóxer se empieza a agotar; sé que está más cerca el adiós y sé que con valentía ambos hemos querido seguir desafiando los embates del tiempo que es cruel, porque nos vamos volviendo viejos, pero mientras llega el final, seguiremos pateando culos como si fuéramos Bud Spencer y Terence Hill.

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