Silencio. Parecía una orden para los de adentro y los de afuera del estadio. Nadie habla, nadie mira a la cara, nadie se queja. Mientras el estadio rugía, literalmente, justo después del pitazo, afuera los hinchas se retiraban sin decir ni una palabra, evitando la pregunta, la mirada, la explicación que para todos era obvia: ¡Nos eliminaron! parecían decir todos, con sus caras de revólver 38.
Había quien, enfundado en su camiseta albiceleste, decía en buen romance: “No hablo español”. Aja, claro. El señor de las canas abundantes daba la mano y miraba al piso, como excusando lo inexcusable. Estaba también el que se quitaba la camisa y andaba hablando solo, presa de la furia: “que cagón sos, que cagón!”, decía. ¿De quién habla? Sólo él lo sabe.
Ni siquiera miraban otros más que pasaban por el lado, la madre y el hijo adolescente que sólo querían saber cómo carajos salir de ese estadio antes de que fuera el turno de los franceses. “No hablo francés” le respondía con fuego en los ojos el hombre calvo –pelado- a la chica de la logística que intentaba explicarle cómo tomar el tren.
Máxima tensión, que era casi idéntica a lo que se vivía dentro del estadio. Terminado el partido, los argentinos hicieron una larga fila encabezada por Mascherano y Biglia, los dos que anunciaron que se van de la Selección.
“Estamos tristes, la Selección ha sido mi vida, son 19 años, pero se acabó ya para mí, ahora paso a la tribuna a alentar como un hincha más”, se despedía el primero, el único que atendió a los medios tras la derrota.
Detrás de él pasaron todos, mirando al suelo, refugiados en sus carteras de mano, sus maletines, sus audífonos. No hubo manera de hacer que levantaran la cara.
Pasó Armani con sus ojos aún rojos por las lágrimas y evadió las preguntas igual que todos. Pasó Messi como siempre mirando al infinito, pensando vaya a uno a saber en qué, sin detenerse por nadie ni para nadie.” Al menos esta vez no ha renunciado”, se consolaba alguien en el área de prensa por donde inevitablemente deben pasar los jugadores hacia sus buses.
Silencio. No se explica el dolor con palabras y no lo intentan los argentinos, siempre tan conversadores en las victorias, siempre tan antipáticos en las derrotas.
Se va Argentina y se acaba el sueño del Mundial para Messi al tiempo que empieza a escribirse el de Mbappé. La vida, que habla cuando todos callan, ha dictado sentencia.
Jenny Gámez
Editora Futbolred
Enviada especial a Rusia