Lionel Messi revivió el favoritismo de su equipo en el Mundial de Catar. Pidió confianza y respondió tal cual contra México, una victoria 2-0 que despejó todas las dudas y le dio vida a su equipo en el grupo C.
Sabía que tenía que vestirse de héroe y en aquella primera jugada, en la que saliendo desde el medio y defendió de pro bravo la pelota ante tres rivales, parecía que sería su noche.
Pero otra vez el equipo no lo ayudaba: no había suficiente presión en zona de volantes y tenía que bajar mucho por la pelota, lo que lo alejaba del arco, donde hace diferencia.
Y después se imponía la imprecisión en el pase de los suyos y se movía el 10 un poco a la derecha para que le pasara Di María. No encontraba caminos, igual.
El primer remate a puerta le llegaría a los 34 minutos, la pelota quieta de costado que forzó De Paul, un intento de colgar a Ochoa y una reacción oportuna para el portero.
Volviendo del descanso, un tiro libre frontal, generado por él mismo, se le fue muy elevado, mientras el tiempo pasaba sin piedad y empezaba a arreciar la presión sobre el capitán.
¿Y cómo salía de ahí? A lo Messi, Inventando lo que nadie esperaría, apagando los incendios con magia, su día a día en la oficina: un servicio de su viejo escudero Di María y un remate seco abajo, pegado al palo, que gritaba con el alma ante los miles de argentinos que llenaron el estadio Lusail en Doha.
Después se animaría un par de veces más, ahora con la escolta ideal de un Enzo Fernández que resolvió todos los problemas a su espalda y le permitió ser otra vez la voz cantante.
Messi sonrió, tiró besos, celebró y cantó con los hinchas al final y se burló de rumores de lesiones. Nadie con problemas físicos corre así y define así. Está bien y recuperó confianza. ¡Agárrate Catar!