El niño de mi taita... por Mauricio Silva Guzmán

El editor de la revista bocas cuenta cómo él y su familia vivieron la estrella 15 de Millonarios.

  • Enviar
  • Guardar
  • Comentar
19 de febrero 2022 , 09:11 a. m.

Ser hincha, en el fondo, es ser niño y todos los que lo somos lo sabemos. Es por eso que insistimos en honrar el juego de la pelota.

Pero mi papá se pasó.

Jaime Silva Silva tiene 87 años. Varias veces me dijo que nunca vio a nadie jugar al fútbol de manera tan exquisita como lo hacía Adoldo Pedernera y que, en efecto, Alfredo Di Stéfano era un monstruo, pero que, para su gusto, “el Maestro Peder” era lo más parecido a una sinfonía sobre dos botines. Esto para decir que mi viejo vio al mejor Millos de todos –el del Dorado–; que ha visto las 15 estrellas del club –a lo largo de 68 años–; y que él fue –junto con mi tío Ricardo– el responsable de que a mí se me tiñera la sangre de azul.

Sin embargo, mi taita siempre fue un tipo muy sobrio, un hincha más bien sereno. De hecho no tengo ningún recuerdo de él con camisetas, cachuchas o bufandas azules, arengando en demasía por el club. Eso hasta hace unos años cuando su niño afloró de nuevo, luego de que una trombosis le lastimara el habla, la memoria y la motricidad y lo convirtiera en ese peladito que hoy, dichoso, asume la camiseta, la cachucha y la bufanda azul. El mismo que este año pegó un afiche de Millos en su habitación.

El pasado 17-12-17 (fecha del antes y el después) vimos juntos el partido trascendental. En principio, por mi propia neura, por mis tontas cábalas, yo no quería verlo con nadie. Mi viejo lo iba a ver con mis sobrinos pero, por una maravillosa razón que todavía no puedo entender, se quedaron sin señal de televisión. Pidieron pista y por fortuna aterrizaron en mi casa. No sobra decir que fui yo quien convirtió en hinchas azules a mis tres sobrinos: Camila (27), Ana (22) y Juan (18). Dos de ellos, fanáticos de atar. Siempre serán niños.

Como todo el país lo supo, Millos ganó de manera sensacional el clásico más importante de la historia. Todo fue sufrimiento, gritos, frenesí y, con el pitazo final, celebración a rabiar. Entonces vimos varias veces el enorme gol que nos dio el título. Tiempo después, nos despedimos: “Camila, yo sé que ustedes se van a celebrar, así que primero deje a mi papá donde mi mamá, por favor”, le dije a mi sobrina.

Pero no fue así. Un poco más allá de las 11:00 p.m., ella me mandó la foto que aquí aparece: mi adorado taita en el parque Simón Bolívar, rostro bañado de espuma, celebrando la estrella número 15 de Millonarios. ¡Por Dios!

“¿Qué hacen? ¡Saquen inmediatamente a mi papá de allá!”, les dije a los tres chinos berriondos. [Oficialmente me había convertido en el papá de mi papá].

Los patojos me respondieron con mensajes de voz reventados de la risa. Me contaron que cuando lo quisieron dejar en su casa, se negó rotundamente a bajarse del auto. Incluso, serio, exigió ir a celebrar. Y me narraron una historia maravillosa: la gente, entre sorprendida y conmovida con el niño de 87, empezó a saludarlo, a aplaudirlo, a vitorearlo. Le dijeron “leyenda”. Le cantaron: “¡ídoloooo!, ¡ídoloooo!, ¡ídoloooo!”. Lo protegieron y hasta lo besaron. Y él, feliz, cantó y brincó entre una masa de 30.000 azules. Tocó el cielo con las manos.

No había nada que hacer. Era el niño de mi papá que festejaba la 15.

Reventado de la risa, aterrizó a su casa a las 1:15 a.m. Creo, además, que no le llegaba tarde a mi mamá desde hace tres décadas (o tal vez más).

Todo parecía un relato de Fontanarrosa, pero con final feliz. Un dulce cuento para despedir este 2017, tan pintado de azul, que me ha hecho llorar de contento.

Por Mauricio Silva Guzmán
Editor jefe de Revista BOCAS
En Twitter: @msilvaazul

Síguenos en nuestras redes
Comentar
Guardar

Recomendados

  • Premier League
  • Serie A
  • Liga de España
boton left
boton right