Como una cadena de flash backs, en una secuencia desordenada y veloz de recuerdos como relámpagos, las imágenes llegaron a la cabeza de Iván Vélez cuando iba a entrar de nuevo al campo de juego. Sus pies, en cambio, se movían lentamente. Pisaban con cuidado, con firmeza y seguridad la gramilla del estadio Roberto Meléndez, de Barranquilla.
Ocurrió el pasado 4 de marzo, cuando el lateral del Junior sembró, otra vez, sus piernas de esperanza como futbolista profesional en el pasto. Y, lentamente, con la ráfaga de sensaciones e imágenes en su mente (que le hacían palpitar más rápido el corazón) empezó su trotecito frente a los jugadores del Barranquilla F. C. de la Primera B y al público que lo aplaudía, antes de que comenzará ese juego de la Copa, el segundo torneo en importancia del fútbol profesional local.
“Cuando volví a la cancha se me vinieron de golpe todos los recuerdos a la cabeza. El día de mi debut, todo lo que había vivido en los largos meses de recuperación de la lesión; todo lo que había trabajado; los rostros de mi familia... ¡Muchas cosas! Y con eso en la cabeza, pues me fortalecí y supe que iba a jugar, a dejar todo lo mejor de mí en la cancha. Sentí como la misma ansiedad del debut y una felicidad inmensa, como si estuviera atragantado de orgullo por haber sorteado todos los inconvenientes”.
Había pasado ya un año y 10 meses desde aquella noche del 18 de mayo del 2013, en un partido contra Millonarios, en Bogotá, cuando se lesionó la rodilla izquierda. Saltó a rechazar, de cabeza, un balón que caía de lo alto. Cuando apoyó la pierna en la caída, la rodilla traqueó.
“Luxación anterior de la rodilla izquierda por trauma en hiperextensión con compromiso ligamentario”, fue el reporte oficial del cuerpo médico del Junior.
La voz de Iván Vélez pierde potencia cuando recuerda la jugada. Toma un aire y se hace un instante de silencio en el que, pareciera, toma fuerza para hablar sobre la acción. Luego, la describe como si fuera un comentarista desde una cabina, a lo lejos en la tribuna, no como el futbolista que estaba a punto de, quizás, no volver a jugar.
“Fue en una pelota dividida. Salté a cabecear y me desestabilicé con un rival... Caí mal. Todo el peso del cuerpo fue sobre mi pierna izquierda y se me fue la rodilla para un lado. Fue un dolor fuerte; verme la rodilla desencajada fue bastante duro”, recordó el nacido en Palmira (Valle del Cauca) hace 30 años.
José Iván, como es su nombre completo, tuvo el coraje de pararse frente a una pantalla de TV y repetir la acción varias veces. “La vi como tres veces. La parte psicológica estaba trabajada y lo importante era llevar las cosas y entender el proceso no como un mal recuerdo sino como algo que Dios quiso que fuera así”, cuenta Vélez, ahora, como saboreando un gusto por algo superado, pero con el estremecimiento por un temor que no deja de estar presente, de asustar como un fantasma que podría aparecer como una sombra detrás suyo.
¿Iba a perder la pierna...?
La lesión fue grave. Mucho. El doctor Carlos Uribe, reconocido como uno de los más capaces, como una eminencia en el mundo del deporte nacional, fue quien comandó el equipo médico en el quirófano. “Me reconstruyeron la rodilla. Así de simple. Esto fue un milagro”, dice Vélez.
Y sí, lo fue. Durante su larga incapacidad se dijeron muchas cosas: que no podría volver a jugar, que iba a quedar cojo o, incluso, que, por un momento, la sangre dejó irrigar la rodilla y se pensó en amputarle la pierna.
“No era que se hubiera estudiado que me amputaran la pierna. El médico me explicó que, cuando hay una luxación como la que yo tuve, se puede presentar el caso de que se rompa una arteria y que si eso hubiera ocurrido, pues hubiera tenido que amputar”, dice. Mencionar esa sola posibilidad, que él insiste en que nunca se presentó en su caso, hace el ambiente más denso, tanto que el aire se hubiera podido cortar con un cuchillo.
Él sabe que esa noche de mayo del 2013 en El Campín, en Bogotá, pudo haber jugado su último partido como futbolista profesional. Fueron cinco procedimientos que le hicieron, según él: la primera operación la misma noche de la lesión para ‘encajonarle’ la rodilla. Tres días después le suturaron los ligamentos cruzados. La tercera vez, le trataron el ligamento externo. La segunda operación grande, a los dos meses, fue una osteotomía (cambio de posición de los huesos) y, finalmente, le reconstruyeron el ligamento cruzado.
Su equipo médico siempre fue claro con él. “Lo único que no me rompí fue el ligamento colateral interno y los meniscos, de resto, ¡todo! Recuerdo que una vez me dijeron que no me garantizaban que pudiera volver jugar. Eso fue duro, pero a la vez, muy motivante”, asegura.
La recuperación no fue fácil. Noche largas, vueltas en la cama y miles de pensamientos se revolvieron en la mente del futbolista, que empezó su carrera como juvenil delantero en el Boca Juniors de Cali, pero con presente en el fútbol profesional como marcador de punta del Deportes Quindío, América, Once Caldas e Independiente de Argentina.
“Fue difícil; sin embargo, entendí que a veces en la vida te pasan cosas con algún propósito. Lo más importante fue que me pudiese sentir mejor como persona. Saber que tenía una familia que estaba a mi lado, que tenía el cariño de la gente y que, gracias a Dios, mi hija (Valeria, de 4 años) y mi esposa (Angélica Maquilón) estaban conmigo. Ellas fueron fundamentales en mi proceso”, contó Vélez,
“Pude compartir más tiempo con ellas. Por ejemplo, luego de mí paso por Argentina, aprendí a hacer asados y durante el tiempo de recuperación de la lesión tuve tiempo para hacerlos bien, y ahora mi hija solo come la carne que hago yo”, dijo, entre risas, este futbolista que en cada frase menciona a Dios como su gran soporte y su gran motor.
Las pruebas más duras
Pero eso no fue lo más terrible que vivió durante los 22 meses de inactividad futbolera. “Durante mi recuperación, mi mamá (Deli Castillo) murió. Fue otro golpe muy, muy duro; pero fue otra prueba de Dios. Todo eso junto, la lesión, la muerte de mi madre, a veces me daban como una sensación de impotencia, de no poder ayudar o hacer y, claro, a veces me daba como nostalgia de los buenos momentos que tenía el equipo y yo no participaba de ellos en la cancha. Pero eso sí: nunca se me pasó por la cabeza dejar el fútbol. Siempre tuve mucho optimismo y supe que podría jugar de nuevo; sabía que tenía que dar lo mejor de mí. Pero también sabía que si por cosas del destino, y la voluntad de Dios, no se daban las cosas como quería, tenía que quedar con la conciencia tranquila de que había hecho lo mejor y que había dado todo para recuperarme, para volver a jugar”, afirma.
Iván habla de su lesión como si tuviera un Ph. D. “Uno se va volviendo médico. A veces cuando alguien tiene una lesión de rodilla, me pregunta y, por tantas cosas que viví, por tanto ejercicio que hice, uno termina volviéndose como un pequeño auxiliar médico”, dijo, con buen humor.
Y cuenta que, a pesar de la fortaleza y el optimismo con el que encaró su largo, complicado e incierto proceso de recuperación, tras cada operación, el volver a caminar apoyado en unas muletas y tener la pierna vendada, era un golpe muy fuerte a su ánimo.
“Después de cada cirugía volver al tema de las muletas y estar todo vendado era muy complicado. No fue fácil. Por ejemplo, luego de la osteotomía deslizante por el rompimiento del hueso, fue muy difícil. Me corrigieron para que no me volviera a romper fácilmente el ligamento colateral externo y, obviamente, los otros ligamentos. Tuve que cambiar la biomecánica de la marcha (aprender a caminar de otra manera), pero, en fin, tenía mis metas claras y por eso, durante los 22 meses de tratamiento, siempre fui al estadio a apoyar a mis compañeros del Junior”.
El regreso
A finales del año pasado, Vélez estaba mucho mejor. Antes de pasar por otra intervención para que le quitaran unos tornillos y empezar nuevas sesiones de fisioterapia, participó en algunas ‘ayudas’ con entradas al campo de prácticas del Junior, ordenados por el entonces entrenador del equipo Julio Avelino Comesaña. “Me daba como susto. ¡El primer día llegué a mi casa y me puse a llorar!”, recuerda.
¿Existe una fórmula para superar ese susto de que en cualquier momento se volverá a lesionar? Iván dice que ya tiene la fortaleza para ir a los balones divididos y así se ha visto en los tres partidos que ha disputado, todos de titular, dos en Liga y uno en Copa Colombia.
Andrés Felipe González, defensor central que fue su compañero en América y Junior, y quien también sufrió una delicada lesión de rodilla, le dio la clave. “Él me dijo: ‘Negro, el día que tirés una plancha vas a estar tranquilo. Ese día ya sabrás que estás...’”, cuenta Vélez, que agrega: “¡Y la tiré varias veces en los entrenamientos!”, dice.
Y llegó el día de acabar con el miedo, de reencontrarse consigo mismo, de respirar profundo, apretar los dientes, cerrar los ojos a punto de reventar en llanto, de ponerle fin a los 22 meses que pasaron desde la noche de la lesión en Bogotá, de elevar los brazos al cielo y darle gracias a Dios. El pasado 4 de marzo, contra el Barranquilla F.C. en juego de la Copa, con la cabeza repleta de recuerdos e imágenes que se atropellaban una tras de otra, puso la pierna izquierda en la cancha, pisó fuerte y volvió a nacer para el fútbol profesional.
“No tengo ningún temor, ya voy con toda a la pelota”, dijo el jugador que ya es el titular, de nuevo, de la banda derecha del Junior, en la Liga y en la Copa.
Andrés Felipe Viveros
DEPORTES EL TIEMPO