Violencia y política, Por Jenny Gámez A.

Columna de opinión sobre los delincuentes en las canchas de fútbol.

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Foto: Filiberto Pinzón

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07 de noviembre 2017 , 08:01 a. m.

Un país que hizo de los actos violentos parte del paisaje y en el que pasan tantas cosas terribles que no llegan a ser lo suficientemente graves, resulta de lo más normal un hincha que invade una cancha de fútbol y que, con cuchillo en mano, persigue a un entrenador.

Que escándalo. Vale decir que es un detalle menor e intrascendente que el equipo al que dice defender el troglodita en mención fuera perdiendo el partido. Un hecho al margen la manera como perdía. Nada evita el bochorno de ver cómo una y otra vez hay quien va a una cancha a esconderse en el paraguas del ‘amor a un equipo’ para dar rienda suelta al delincuente que lleva dentro.

Pasó siempre y lo que ofende es que ocurra en total impunidad. Resulta que para la Ley es un delito excarcelable un individuo que agrede a otro sin llegar a herirlo; que siempre hay un leguleyo que apele al orden de los apellidos en medio de una captura antes que a la amenaza de muerte que representa un tipo corriendo tras otro armado de un cuchillo, que es más grave decirle feo a otro en las redes sociales que desfogar la ira contra un individuo cuyo único delito es no caerle bien al agresor.

Ahora lo fácil será decir que si el país no resuelve el problema, menos lo hará el fútbol. Nada más mezquino e irresponsable. Más allá de ser una discusión sobre Llaneros o Quindío, el tema es que en Dimayor, la última instancia posible, el tema es político. Y no es que el fenómeno sea nuevo, lo que ocurra ahora es que se perdió el pudor.

El voto manda y la ambición de llegar a la Federación lo vicia todo. A nadie importa ya si los hinchas se citan dentro o fuera de los estadios, si van a los entrenamientos a amenazar (que así se llama el delito; valdría la pena dejar ese estúpido eufemismo de ‘apretar’), si obligan a los entrenadores a andar escoltados o a renunciar después de la ‘medio bobadita’ de correr para salvarse de un tipo armado de un puñal. Nadie pelea y nadie defiende porque nadie arriesga un voto que vale mucho más, evidentemente, que una vida.

Y es así como se ríen a carcajadas los delincuentes en las esquinas de que los municipios sancionen el cemento de las tribunas, que cierren las puertas a las ‘hinchadas’ visitantes y que los castigos sean para los trapos. Saben que mientras las cámaras sigan eternamente averiadas en los estadios –o graben a discreción del agresor-, mientras se siga vendiendo el humo de la identificación biométrica y mientras los presidentes de los clubes sean un ‘barrista’ más, que teme igual a la tiranía del capo que a la del federativo, el negocio de la violencia seguirá siendo rentable.

Pasarán décadas y se harán viejos los agresores hasta que la justicia, o al menos una lejana idea de ella, los alcance y les prohíba, por ejemplo, acercarse a los estadios o los encarcele por lo que a un ciudadano corriente le aplican las más altas penas. Esos castigos ejemplares del primer mundo aquí serán siempre ciencia ficción. Es la validación de la violencia por parte del fútbol. Tristemente, no hay remedio.

Al final, será como en el tango: “Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”.

Jenny Gámez A.
Editora de Futbolred
@jennygameza

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Redacción Futbolred
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