Las historias personales no deben ir en contravía de un objetivo general que en este caso fue entrar al Mundial de Rusia. Así se debe entender el fútbol desde acá, desde la tribuna, desde el sector de los medios que ayuda con los halagos, pero que también es crítico cuando se debe. Porque claro, a veces uno siente que algunas cosas son mejores, que un método puede superar lo preestablecido y que algún nombre que nunca está en nómina de golpe es la solución para desentramar un escenario plagado de enredos.
Por eso hay que estar felices por la clasificación. Porque es muy seguro, al menos para los que estuvieron en la cancha durante todos los partidos que condujeron a Colombia a este sexto Mundial, que ellos no jueguen con ánimo de revancha ante aquellos que deciden despellejarlos antes de servir el banquete. No, los jugadores juegan porque tienen hambre y sueños. Y el entrenador arma sus planteamientos sin estar pendiente ni imaginando cuál será la formación o los nombres que le gustan a los periodistas y a la gente para que no les den palo. No. La idea es simple: jugadores y entrenador saben que si esos zumbidos externos no entran a su cuarto, estarán más tranquilos porque están convencidos de su propia idea.
Y ahí es que está el mérito de José Pékerman: haber creado una escafandra, una cápsula en la que él y sus muchachos están pendientes solamente de jugar y ya. El argentino, acusado de todo y de nada porque cuando el DT muestra que lo suyo es la efectividad y que, a partir de su labor este país tan ávido de cariño ante tantas desgracias que nos ocurren a diario, ya ha conseguido dos clasificaciones de manera consecutiva, no hay argumentos como para ponerlo en el patíbulo para dispararle munición gruesa.
Muchos se apegan a las páginas amarillentas de un “estilo” que a veces ni siquiera nosotros podemos definir. No porque seamos incapaces de hacerlo: es que el estilo permanece pero cuando hay aportes que lo mejoran, o algunos ajustes que lo modifican, uno, desde este lugar, entiende que el que llegó, es decir Pékerman, está tratando de mejorar con sus herramientas un estilo que ya existía. Y eso está muy bien.
Porque Colombia es más contundente: nuestro fútbol capaz de sufrir horrores en toda su historia por hacer un gol, hoy es más efectivo. Porque Colombia es más segura de sí misma aunque a veces aparecen pequeños fantasmas como contra Paraguay. No lo digo yo: los futbolistas conducidos por él aplauden ese esfuerzo en mejorar nuestra mentalidad. Porque hoy Colombia es capaz de dar golpes fuertes cuando el partido se acaba, fuimos a canchas difíciles y casi siempre pudimos sacar pecho y puntos… hay cosas que se han aportado desde el banquillo y las individualidades las aplicaron casi siempre.
Siempre habrá cosas para mejorar -los resultados en casa, algunos momentos de juego en términos de vistosidad- pero para eso están los encargados que trabajan para ello. ¿Por ejemplo? Pékerman, acusado en algunos círculos de no contar con fórmulas tácticas, sorprendió de nuevo con la inclusión de Duván Zapata en el último encuentro. Entendió que retocar era sinónimo de clasificar y mal no le fue. ¿Todos esos factores son pocos aportes? ¿Son aportes de este cuerpo técnico? Yo diría que sí porque antes no los teníamos.
Uno debe ser agradecido con aquellos que son capaces de darnos una alegría sin siquiera conocernos. Porque para Colombia, un equipo que apenas ha ganado una Copa América, clasificar a un Mundial es algo épico y no una obligación. Pékerman y su grupo nos mal acostumbraron porque ellos lo convirtieron en eso: en una obligación para siguientes ciclos. De ahí mi admiración eterna por este grupo de jugadores fantásticos y de un entrenador que con su sonrisa querendona y su voz pausada y ronca nos ubicó de nuevo entre los más grandes.
Nicolás Samper
@udsnoexisten
Nicolás Samper, columnista invitado.
Foto: Archivo Particular