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Los falsos pasos de Rubiel Quintana. ¿Lo recuerdan?
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Los falsos pasos de Rubiel Quintana. ¿Lo recuerdan?

El exlateral de diferentes selecciones Colombia vive una difícil situación económica y de salud.

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21 de noviembre 2013 , 02:54 p. m.

En una concentración con la Selección Colombia, Óscar Córdoba le confesó que prefirió no arriesgar su brazo tras un taponazo, en La Bombonera. El balón terminó en gol. Luego, Julián Viáfara le hizo una revelación semejante.

Es que Rubiel Quintana parecía tener un bate en su pierna derecha. Era ágil como una ardilla, un lateral derecho con permanente proyección y llegada a posición de gol.

“Uno acá en los pueblos se acostumbra a jugar descalzo y eso permite ganar potencia. Entonces, cuando se llega al fútbol profesional, las cosas se hacen más fáciles”, cuenta a DeporMÍO el dueño de tan temeraria pegada, sentado en una banca afuera de la casa de su mamá, en El Carmelo (Valle del Cauca).

Aquellas épocas en las que Quintana intimidaba en las canchas sólo hacen parte de su amplio anecdotario. Actualmente, debe esforzarse hasta para andar lentamente. Una cicatriz a la altura de su tobillo izquierdo -le fracturaron el peroné jugando para Belgrano de Córdoba, en Argentina- es la cruda seña del inicio del fin de su carrera.

Además, tiene problemas en las dos rodillas. "No sé qué tengo en la izquierda, pero creo que es un problema de meniscos, porque siento que me roza algo por dentro. Y en la derecha, me operaron el menisco que se me rompió en 1998 cuando jugaba en Cortuluá, pero también me está jodiendo. Tengo una artrosis. Así estoy desde hace cerca de seis años. Los compañeros me dicen el ‘cojo’, que me parezco al ‘cuentahuesos’ (risas). Tienen que hacerme una limpieza. Necesito hacerme valorar”...

Una valoración que sería imperativa si rebobinara por cerca de una década la película de su vida. Esa valoración médica actualmente le supone un costo elevado al exjugador. Y es tan lejana como poder volver a comprar un carro, como volver a devengar un oneroso salario. Pero la esperanza no tiene efectos retroactivos.

“Si pudiera volver a empezar, aprovecharía al máximo la oportunidad. Me hubiera gustado haber formado una escuela de fútbol aquí en el pueblo”, dice, mientras señala con su índice derecho un pastoso y amplio terreno. Allí en ese inutilizado lugar, Quintana jugaba béisbol. Lo hizo hasta los 9 años, cuando los vecinos lo convencieron de que tenía aptitudes para convertirse en un consagrado futbolista.

“Jugaba descalzo, de delantero. Y cuando fui a probarme al Boca Junior de Cali, un amigo me prestó los guayos. Luego de superar las pruebas, don Gustavo Moreno Arango me regaló unos nuevos”.

Malgastaba el dinero y amaba la rumba

Si Dios le concediera la oportunidad de volver a frotar la bola mágica que pateaba con ubicación y fiereza, Rubiel Quintana quizás tendría una vida más mesurada. Recuerda que en ese entonces, los cerca de 20 días que les concedían de vacaciones eran de rumba. “Nos camuflábamos en los pueblos. Nos íbamos para Puerto Tejada, El Cabuyal, Villa Rica. Por allá nos quedábamos tres o cuatro días bebiendo. Era una locura. Yo sacaba un presupuesto de cerca de 10 millones para la rumba, para pasear y para darle algo a mi familia y a la gente necesitada”.

De aquellos fastuosos días en los que celebraba sin cansancio, conserva algunos afiches con las camisetas del Cortuluá, Deportivo Cali y la Selección Colombia. Imágenes con marcos sin vidrio, en los que se observan entre otros a Julián Viáfara, Andrés Mosquera, Felipe Arce y el fallecido Geovanny Córdoba; curtidas por la exposición al sol.

Quintana, quien además jugó en el América, Centauros, Millonarios, en el fútbol turco, Atlético Huila, Envigado, Unión Magdalena, Chicó y finalizó en el Pereira, apenas con 30 años, también guarda melancolía y una historia de fulgor y oscuridad. “Extraño los carros que tuve. Alcancé a tener cuatro. El que me gustaba, me lo compraba. Nunca tuve quien me asesorara y malgasté mucha plata. Estaba joven, soltero y me desmandaba en las vacaciones”.

Pero el sol puede volver a salir para el ex lateral de 1,65 de estatura. Tiene 35 años de edad. Quiere estudiar en la Escuela Nacional del Deporte. Quiere que le operen sus rodillas. Quiere brindarles bienestar a sus hijos de 6 y 12 años. Quiere volver a empezar. “Voy a empezar un proyecto con un amigo en una escuelita de fútbol, que es lo que sé hacer”.

‘Rubi’ como lo llaman los más cercanos, también quiere hacer advertencias sobre su dolorosa experiencia. “La carrera de los futbolistas es muy corta y muchas veces cuando uno reacciona, ya es demasiado tarde. Es un consejo que les doy a los jóvenes, porque una lesión los puede sacar de las canchas y quedar sin nada, como empezaron”.

Sus mejores anécdotas, en una frase

La histórica goleada. “En el Preolímpico de Londrina (Brasil), la selección brasileña tenía a Ronaldinho, Alex, Ze Roberto… Un muy buen equipo. Nosotros rechazábamos, pero la pelota no pasaba de la mitad de la cancha, y ‘Pepe’ Portocarrero me miraba y me decía, ‘Rubiel, allá viene Ronaldinho otra vez, qué hacemos’, y yo le respondía, ‘hagámonos los desmayados’ (risas)”.

La plata del fútbol. “De los préstamos, cuando fui a otros equipos, nunca me tocó un porcentaje, todo era para el club (Cortuluá). Recuerdo que en Turquía me ganaba 15 mil dólares mensuales y en el Cali me ganaba 12 millones, que no lo consideraba justo, porque yo estaba en buen nivel. Además, Víctor Aristizábal y Giovanni Hernández ganaban cerca de 60 millones. Valenciano, 40 millones, Dudamel, 45”.

Otero lo sacó y luego corrigió. “Cuando llegué a Boca Junior de Cali, el ‘profe’ Néstor Otero me sacó porque dijo que era muy bajito para jugar de delantero. Después, Ramiro Viáfara me mandó a llamar y en la práctica de ese día hice 4 goles. Entonces, Otero me dijo que por qué no había ido antes a probar. Yo le recordé que ya había estado, pero que él me había sacado”.

Sus días en la cárcel. “Jugaba en Cortuluá. Estaba en vacaciones y recuerdo que fui donde un amigo, Géner González. Él estaba tomando cerveza con unos tipos, que me pidieron que los llevara al centro a cobrar una plata. Cuando lo estábamos esperando, nos cayó el Gaula. Me tocó estar 15 días en una inspección de policía. Le di 8 millones de pesos al abogado y además, al que capturaron me sacó limpio, porque yo no tenía nada que ver con eso”.

Héctor Fabio Gruesso
Periodista Diario MÍO
Cali

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