Opinión

Aquel romántico inicio de los Mundiales...

Jorge Barraza comparte anécdotas y curiosidades sobre la rica historia de la Copa Mundo.

Columnista de Futbolred Foto: Archivo El Tiempo


05 de marzo 2018, 11:30 p. m.
“El Mundial ya había empezado, pero se jugaba en otras canchas porque el estadio Centenario todavía no estaba terminado. El 18 de julio, día de la inauguración del moderno coliseo, se enfrentaron Uruguay y Perú. El público entró en tropel, con gran entusiasmo, pero el cemento en algunas partes aún estaba blando y los hinchas se divertían escribiendo sobre las tribunas leyendas como 'Viva Uruguay', 'Dale Peñarol'... Dibujaban con el dedo sobre el concreto fresco un corazón y le ponían 'Pepe y Luisa', cosas como ésas...”
La graciosa anécdota de 1930, ligeramente edulcorada, la contó Diego Lucero, inolvidable amigo, genial periodista y escritor uruguayo, condecorado por la FIFA por ser la única persona que asistió a los primeros 15 Mundiales de fútbol. Tiempos pioneros, románticos… y emprendedores. La hipermilllonaria y mediática Copa Mundial que ofrecerá Rusia dentro de cien días es posible porque en el primer tercio del siglo XX alguien tuvo la idea de crearla y ponerla en marcha. El planeta no hacía mucho había salido de la primera Gran Guerra, de la que las grandes potencias habían quedado exhaustas. Nadie en Europa quería asumir el compromiso de organizar un Mundial, por eso no hubo mayor resistencia a que el anfitrión fuera Uruguay, una pequeña nación de la América del Sur con tradición de paz y democracia. También porque el diminuto país era la máxima potencia futbolística: venía de vencer en forma extraordinaria en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928. Le correspondía…
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Y Uruguay asumió el reto: “No sólo podemos ser campeones en el campo sino organizando también”. Entre que lo designaron sede el 18 de mayo de 1929 y el comienzo fijado para el torneo quedaban apenas catorce meses. ¡Y Uruguay se había comprometido a construir el estadio más grandioso del mundo…! Las dudas de siempre: ¿llegaría…? Se eligió el lugar -el precioso Parque Batlle y Ordoñez, pleno centro de Montevideo-, un proyecto del arquitecto Juan Scasso y, a toda prisa, en agosto de ese año, comenzaron los movimientos de tierra. No estaban las máquinas de hoy. Mil seiscientos obreros, en tres turnos, dándole al pico y a la pala.
Mucha gente iba por las noches a curiosear; la impactaban los focos que iluminaban los trabajos. Una vez hechas las excavaciones, se levantó el encofrado y en febrero de 1930 (¡a cinco meses del Mundial…!) se empezó a volcar el cemento, que era llevado de Buenos Aires. Se dio una tribuna a cada empresa constructora para que no se atrasaran. Cada día contaba, cada hora… La tribuna América, la principal, empezó a engullir cemento el 1° de abril… El último balde de material se echó el 10 de julio; el campeonato empezaba el 13. Una hazaña. Y soportando las inclemencias de las continuas lluvias que se abatieron en esos meses en la cosmopolita Montevideo.
Por eso hubo que comenzar los partidos en dos pequeños coliseos de madera: el Parque Central, de Nacional (hoy remodelado y donde el club juega por el torneo local y la Copa Libertadores), y el de Peñarol en Pocitos, uno de los barrios más elegantes de la capital oriental, como para que no se pelearan los acérrimos rivales. El tranvía era el único medio de transporte existente en la ciudad. La compañía de tranvías “La Comercial” llegaba hasta el Parque Central y, viendo que era un negocio fantástico llevar cada fin de semana a miles de personas que iban al fútbol, le ofreció a Peñarol, dada su tremenda popularidad ya en ese tiempo, hacer su estadio en los terrenos de la compañía junto a la terminal de Pocitos. Así cerraba el círculo.
Para Peñarol era una forma de acercarse al centro, pues su cancha original estaba lejos. Y desde 1921 a 1933 fue local en ese campo, hoy desaparecido. Cuando estuvo listo el Centenario, que era moderno e inmenso, el club aurinegro dejó Pocitos y se mudó al nuevo escenario.
Pero en Pocitos quedó encerrada una parte de la historia: allí, en lo que hoy es la calle Coronel Alegre casi esquina Silvestre Blanco, se marcó el primero de los 2.379 goles mundialistas. Un monolito lo recuerda. A los 19 minutos del juego Francia 4 - México 1, Lucient Laurent empalmó de volea un centro de Liberati e inauguró el rito de los festejos. Aunque ése fue propio de la época, muy moderado. "Todos estábamos contentos, pero no dimos una vuelta alrededor del campo, nadie se había dado cuenta de la historia que hacíamos. Un apretón de manos y volvimos al juego", recordó Laurent muchas décadas después.
Cinco días y ocho partidos después de haber comenzado el Mundial, se inauguró el Centenario, entonces para 80.000 personas y con diseño circular, una innovación arquitectónica para la época que deslumbró a los visitantes. Lo curioso es que ese día se hizo el desfile inaugural, como si la copa fuese a comenzar, aunque ya se habían jugado ocho partidos. Sin embargo, fue una ceremonia fantástica, con los 13 equipos marchando alrededor del campo y enarbolando sus banderas, los jugadores con pantalones y zapatos de fútbol pero con un cardigan arriba para protegerse del frío austral de julio.
A tono con aquella encantadora sencillez fue el sobrio festejo uruguayo tras conquistar el título, tercero consecutivo que lograba la Generación Olímpica a nivel universal, más tres copas América. Vuelve al relato Diego Lucero, quien era periodista y futbolista, había militado en Nacional: “La tarde que Uruguay se coronó campeón, después de todos los festejos, salimos del Centenario y fuimos a un bar de 18 de Julio con Nasazzi (José). Éramos muy amigos y vivíamos en el mismo barrio, Bella Vista. Estuvimos un buen rato ahí, el Mariscal se tomó un par de grapitas y a eso de las diez de la noche dijo: <¿Vamos...?, estoy algo cansado, hoy fue un día de muchas emociones. Y nos fuimos caminando calle abajo. La gente pensaría que habría habido fiesta corrida hasta el otro día, pero antes de las doce de la noche, el capitán de los flamantes campeones del mundo ya estaba en su casa, durmiendo el sueño del obrero”. Era otro mundo.
Fue el modesto comienzo de los Mundiales: una sola sede, 3 estadios, 13 equipos. Ya para 1934 Italia presentó 16 contendores y 8 ciudades importantes: Roma, Milan, Turín, Florencia, Nápoles, Génova, Bologna y Trieste. Y la Copa comenzó a tomar fuerza. Pero Uruguay dio el puntapié inicial, una proeza que nadie le quitará. Nunca se sabe cuándo terminarán los Mundiales, pero siempre se recordará dónde empezaron.
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